Un poder más grande que la maldad

Socorrito nos ha enviado su relato, ambientado en el mundo de Tolkien

I El mensajero de Eru Iluvatar

"Las penurias y gozos que serán narrados, sucedieron en edades casi olvidadas; en donde la barrera entre la tristeza y la alegría era borrosa y era fácil confundirlas.

En aquellos tiempos, Beleriand  se alzaba en su esplendor sobre los mares de la tierra media y grandes reyes elfos gobernaban a su antojo y para bien de su pueblo: enormes extensiones de tierra, montañas, cavernas y bosques;  en donde se edificaron esplendorosos reinos, que le dieron a esas regiones una belleza que nunca más tendrían bajo las aguas en que fueron sumergidas luego..."

La voz se extinguía por momentos para luego alzarse nuevamente entre las brumas del aquel sueño, todos los seres élficos descansaban sobre las brillantes arenas, polvo de piedras preciosas; bajo la influencia de un poderoso aire soporífero  que se extendía por toda aman. Y no era más que la voz de un Ainur  la que se escuchaba, uno de los que permanecieron al lado de Erú en la inmensidad por fuera de Arda y esa era la primera vez que se manifestaba con voz audible para los hijos de Iluvatar en el mundo.

"En un principio al despertarse los elfos en el inicio de su historia, estos estaban bajo los cielos y se maravillaron con estrellas que brillaban en la noche y fue un gran numero de esos primeros, los que se encaminaron a la bienaventurada aman; pero  muchos de entre estos se negaron luego, por amor a un señor perdido en las tierras oscuras de endor.

A esta gente pertenecía Cemendil de hermosos cabellos del color de la plata y ojos  tan claros que le permitieron a calawen, doncella del pueblo de los noldor, observar  en ellos el espíritu que gobernaba aquel cuerpo  y grande fue el amor que entre los dos surgió, pero  casi igual fue el que los separaba; Cemendil deseaba  quedarse entre su gente, esperando el retorno de su señor y calawen no quería quedarse en la oscuridad cuando la luz de aman le llamaba.

Fue así que Cemendi decidió partir en un viaje junto a su amor, del que no regresarían sino pasado mucho tiempo, el cual  fue colmado de felicidad y lo harían en medio de una enorme tristeza.
Gran hermosura alcanzó aman por la obra de yavanna la ainur: los árboles telperión y laurelin; y gran amargura trajo su muerte por obra del ainur oscuro, que solo lograba concebir odio, destrucción y sufrimiento en todos sus pensamientos y creaciones.

Los silmarils surgieron por  la acción del noldor fëanor y la luz de los sagrados árboles, su robo conllevo al juramento que nuevamente condujo a su pueblo a dirigirse a la tierra media en busca de venganza y recuperar lo robado, para quedar su existencia grabada por siempre en canciones llenas de dolor y grandeza.

Grandes penurias tuvieron que pasar en ese tortuoso camino de regreso a la tierra media, y la traición surgió entre ellos dividiéndolos: Fëanor el que abandona al pueblo que lo sigue y su medio hermano Fingolfin; rey supremo de los noldor en exilio, que guía a los abandonados hacia su destino.
Las llamas de la felonía brillaron consumiendo los barcos sobre las aguas oscuras de los mares divisorios, y esas luces eran símbolos inequívocos del fruto de terribles actos, dejando con esto atrás a un pueblo numeroso y resentido.

Cemendi y calawen se encaminaron en la marcha que los llevaría de regreso a la tierra media, con los corazones encendidos en deseos de grandeza,  al dejarse influenciar por las palabras fieras y salvajes que prometían poder y gloria. Llevaron consigo al fruto del amor, un niño muy joven, aún si se contaran sus años según los hombres mortales.
Telpëfinda era su nombre, de cabellos plateados como su padre y su gente, pero de ojos brillantes, oscuros y profundos como los noldor, habientes de sabiduría; grande era su belleza y habilidad en muchas artes y se destacaría sobre todo en los oficios de la guerra.

Muchos sufrimientos trajo esa travesía para alcanzar la tierra media, pero ninguno tan grande como el que se vivió al cruzar los hielos crujientes de Helcaraxë, único camino posible para llegar a su destino al ser un puente natural entre las dos tierras, peligroso y traicionero.
Los vientos helados se colaban entre los hermosos y abrigadores ropajes de los caminantes, quienes se abrían paso por entre la oscuridad que envolvía al mundo luego de la muerte de la luz de los árboles;  un delgado rió de fuego que avanzaba zigzagueante era lo que se podía observar, desafiando las enormes grietas que se abrían de repente y sin más aviso que un crujido, acompañado casi siempre de un grito de horror, que se alzaba sobre el silencio envolvente, el cual  no indicaba más que la muerte de otro hermano.

Se cuenta entre los sobrevivientes y su descendencia que si algún valiente o tonto  se atreve a volver a esos sitios y lograse quitar la nieve acumulada por los siglos; podría observar los incorruptos rostros de la muerte helada, atrapados eternamente en las aguas congeladas del norte.

Cemendi y calawen caminaban juntos, llevando a su hijo en un abrazo que conservaba el calor; cuando los pies ligeros de Cemendi percibieron un leve movimiento en el hielo que se extendía bajo su pies y en su ultimo acto sobre el mundo, lanzó a su pequeño hijo sin aviso previo al suelo congelado, lejos; para luego hundirse junto a su amada en las profundidades heladas de helcaraxë.
Telpëfinda lanzo un grito de dolor al observar hundirse en las oscuras profundidades de un abismo helado a sus padres, el cual llego incluso a la todavía lejana lammoth y  atormentó a los caminantes con su eco durante el resto del viaje, recordándoles incesantemente la muerte de todos los hermanos. Miles de voces distintas se repetían una y otra vez, lamentos de dolor y desespero y sobre todos los sonidos, todavía se distinguía el más horroroso en el mundo: el lamento de Morgoth.

Cuando por fin los ligeros pies de los viajeros pisaron la oscura tierra media, por los cielos se alzo una majestuosa luz azul: Isil la refulgente fue nombrada en aman y raná la errante por los noldor. Las trompetas de fingolfin clamaron con voces de dicha anunciando a la tierra media su llegada."

La voz del ainur sin nombre enmudeció un momento, como si necesitara aire para continuar, aunque en verdad no hizo más que reunir fuerzas para tomar forma y vestidos como sus hermanos que en el principio de la historia de Ëa lo hiciesen también, y con esto caminar entre los hijos mayores del creador. Y grande fue su belleza, ya que parecía su rostro al de un alto señor  elfo y sin embargo un hombre en tamaño y corpulencia más no en majestuosidad. Muchos quisieron luego darle un nombre como los demás ainur, y saber sobre que materia dependía su vida en el mundo; más el siempre se negó, ya que solo se consideraba un mensajero: el mensajero de Erú Iluvatar, que ahora caminaba entre los elfos; que seguían sumergidos en aquel sueño inducido por vapores, y que comenzaron poco a poco a disiparse, y dormían los hermosos seres con rostros sonrientes y serenos, como de niños en agradables sueños que solo eran perturbados por las tristes visiones.

"Telpëfinda estaba solo, ya que sus padres habían muerto y un gran silencio se apodero de su ser, ahogándose siempre las palabras en su garganta en medio de sollozos y no había nadie que lograse sacarlo de ese estado; muchas canciones de aman le cantaron consolándole, muchos brazos de hermosas doncellas le cargaron intentando que olvidase el sufrimiento más ninguna lo logro, ya que el niño seguía sin hablar con nadie; mirando siempre las estrellas de la bóveda celeste, intrigado más en los viajes incesantes de la luna, que en el mundo revelado ante los recién llegados noldor.

El silencio de Telpëfinda era impenetrable para todos aquellos que intentaron romperlo y su condición llego hasta oídos de los más altos señores, quienes se sintieron consternados ante el dolor del niño y Turgon fue quien más se afligió, ya que él mismo vivía un dolor semejante; y esto era debido a que Elenwë, su esposa, había tenido el mismo fin que los padres de Telpëfinda. Debido a esto y sintiendo una obligación con el niño, le tomo cariño y le llevo entre su gente,  manteniéndolo siempre cerca suyo por el resto del viaje.

Turgon fue grande entre los noldor y amigo de ulmo, ainur del mar; y Turgon siempre contaba con la protección de las aguas y en un comienzo al llegar a la tierra media, se estableció cerca de ellas en Vinyamar, junto a toda su gente.
 
Telpëfinda habitó en esa ciudad costera durante muchos años, creciendo en mente y estatura, convirtiéndose en uno de los elfos más hermosos de su pueblo; el silencio se había vuelto ya casi permanente en él y solo hablaba contadas veces con una voz dulce, sabia y triste. Era un fiero guerreo, hábil con toda clase de armas y cuyo corazón bien templado  no se dejaba amedrentar ante los peligros, siempre cargaba un fuerte y flexible arco ya que poseía una puntería inigualable. Al disparar su flecha, agudizaba todos sus sentidos, logrando darle casi sin dificultad alguna a las transparentes alas de cualquier insecto, a una distancia de cien metros; clavando el delicado bicho contra un blanco y aún conservándolo con vida."



II Gondolindrim

Los vapores del aire se disiparon, y los ojos de todos los elfos de aman, desde el norte hasta el sur, se abrieron pestañando ante la luz del recién llegado ainur; sus vestidos resplandecían ante los rayos del sol y sus azulados cabellos se agitaban por el viento, mientras de sus ojos brotaba una luz cargada de esperanza. Todas las gentes se quedaron impresionados ante la presencia del recién llegado, ya que tenían la errónea suposición de que no existían más ainur, además de los que ya conocían; pero los reyes supremos sonreían ante la aparición de su hermano, porque veían que con su llegada vendrían grandes cambios en el mundo.

"Cincuenta y un años habían transcurrido desde la salida de la luna y llegada del pueblo de fingolfin a la tierra media, cuando sucedió que ante turgon se presento el gran ulmo y gracias a lo que este le dijo, se fundaría una nueva ciudad oculta entre las montañas, al norte de los grandes bosques de Doriath.

Gondolin de Amon Gwareth fue nombrada y cincuenta y dos largos años duro su construcción; Telpëfinda fue uno de los que participaron en la elaboración de las hermosas edificaciones que tendría la ciudad porque era habilidoso en estas faenas, y su arte adornaba muchas estancias; pequeñas figurillas talladas en alto relieve sobre las paredes del hogar del rey, las cuales contaban con elocuencia la historia de Eä.

Elevados muros protegían a la ciudad de los peligros del mundo, tan blancos eran estos que en las mañanas de niebla se confundían con la nieve y parecía más una ciudad hecha de escarcha que de piedra. Alta e imponente era la torre del rey que se alzaba sobre la ciudad, vigilando muchas leguas a la redonda; las  numerosas plazas se adornaban con refulgentes fuentes y en los patios privados de turgon, resplandecían hermosas copias de los grandes árboles de antaño tallados por el soberano en oro y plata.

Gondolin estaba rodeada de altas y escarpadas montañas, hogar de los nidos de las águilas vigías de Manwë, ainur de los vientos; y se alzaba la ciudad majestuosa en medio de un anillo de rocas y el único camino de acceso al interior del valle era un túnel, oscuro y húmedo que atravesaba las raíces mismas de las montañas; el cual había sido tallado en edades olvidadas, por las aguas del rió sirion, con ayuda del cual, el gran ulmo ayudo a resguardar estas tierras de los peligros del mundo exterior.

Durante más de 350 años gondolin se mantuvo oculta a los ojos de morgoth, por las grandes águilas siempre vigilantes desde las alturas, quienes evitaban incursiones enemigas en los alrededores del reino y gracias también a la entrada de la cueva, casi invisible a los ojos y los guardianes en su interior.

Telpëfinda era el jefe de los guardianes de la entrada de gondolin y muy importante era su misión, resguardar el secreto de la ubicación de la entrada al reino al mando de un grupo numeroso y fuerte. Un oscuro y húmedo túnel, cavado antaño por las aguas del rió; lleno de pasadizos y pequeñas grietas que daban a abismos sin fondo, un túnel que subía y bajaba por el interior de la montaña.

Telpëfinda esa noche, era el primer vigía casi en la puerta del túnel. Un olor a tierra húmeda se percibía en el aire y gloriosas luces explotaban sin previo aviso en los inalcanzables cielos, prediciendo tormenta. 

 Los guardias vigilaban desde posiciones ocultas en las profundidades oscuras de la caverna, con ojos agudos y penetrantes en medio de la oscuridad: tenían orden de matar a todo aquel que entrase dentro del túnel y si les era menester, deshacerse de aquellos que les acompañaran afuera.

Mas tarde, en esa noche oscura de tormenta, las aguas caían del cielo a borbotones y el viento aullaba furioso colándose por entre las rocas, dentro del túnel se arremolinaba en los rincones creando canciones con voces escalofriantes, pero hermosas a quien sabia interpretarles.

Telpëfinda estaba embelezado en aquellos sonidos que traían mensajes del lejano occidente, recordándole la felicidad de la cual había sido arrancado en su infancia; su mente vagaba por hermosos recuerdos que se manifestaban en brillantes figuras, que se deslizaban alegres en los oscuros recovecos de la cueva, danzando hermosas melodías; canciones en la lengua prohibida por el rey Singollo, se agolpaban en los oídos del guardián elfo, distrayéndolo de su obligación.

Una pequeña y oscura figura se deslizo silenciosamente dentro del túnel. Su respiración agitada se escuchaba claramente y sin embargo, Telpëfinda no le noto; un sonido metálico estallaba con cada paso de aquella sombra, mientras esta se adentraba más y más en la cueva. Un sonido como el olfateo de una bestia se oyó, y un extraño gruñido de enfado o repugnancia.

- elfos, aquí hay elfos. Debo volver y avisar. Un escondite de elfos o la entrada a uno más grande. Una gran recompensa me darán. - pronuncio con horrenda voz.

Telpëfinda volvió de su ensueño, pero ya era muy tarde; el orco (estaba seguro de que era uno), ya se había escabullido afuera y le seria imposible dispararle pues la lluvia desviaría el tiro. Se precipito en su persecución; por las palabras que logro oír le era claro que habían mas afuera y debía evitar a toda costa que se regara la ubicación de la entrada a la ciudad de gondolin. Las águilas guardianes serian de poca ayuda en una tormenta semejante.

Las enormes gotas de agua se estrellaban contra su cuerpo, pronto estuvo empapado por completo y corría con pies ligeros sobre la tierra enlodada apenas produciendo ruido, estaba decidido a matar a aquel ser antes de que comunicase su información a todo su grupo.

Pronto le vio, a unos doscientos metros o mas de distancia de la entrada de la cueva, enterrado medio cuerpo en una charca contra la pared de la montaña; el calzado metálico del orco le había entorpecido la huida y ayudado a su captura.

Telpëfinda se acerco por las espaldas del orco, pero no antes de que este le viese y lanzase un chillido estruendoso del miedo que sintió al ver a un imponente elfo, parado detrás suyo, con los ojos encendidos en llamas de odio hacia el repugnante ser, que se retorcía intentado escapar de una muerte segura. Telpëfinda desenvaino su fuerte espada, con un mango finamente adornado en oro y plata.

Degolló a la criatura maligna, la piel húmeda y resbaladiza apenas si permitió que el filo de la hoja cortase su carne; la sangre negra empezó a brotar y un olor nauseabundo con ella hasta que la vida se salio del cuerpo, dejando solo el cascaron frió y horrendo. Unas cuantas gotas le salpicaron la piel del dorso de la mano al elfo, pero fueron suficientes para que un ardor surgiese; ese orco era alimentado con veneno y este se había acumulado en su cuerpo como en las ranas. Telpëfinda se apresuro a lavarse en un temporal riachuelo que corría por las paredes de la falda de la montaña, temiendo efectos secundarios.

Los relámpagos explotaban cada tanto y un temblor se apoderaba de la tierra cuando el trueno se dejaba oír en la distancia, cientos de guijarros  rodaban por las laderas revueltos con agua.

Una centella especialmente intensa se vislumbro contra el cielo. Telpëfinda no se inmuto ante el estruendo pero si ante unas sombras que le rodeaban; cientos de ojos con un tenue brillo de odio estaban a su alrededor, lo habían acorralado contra la pared y muchas cimitarras orcas estaban desenvainadas ansiosas de probar sangre.

La lluvia comenzó a amainar, las gotitas se hicieron cada vez más ligeras hasta que solo chispeaba suavemente como si se caminase por entre una atmósfera de agua.
La tensión se podía sentir, solo se esperaba el movimiento próximo para que estallase la lucha. Los ojos agudos de Telpëfinda podían ver que eran más de una veintena a los que se tendría que enfrenar, si esa seria la hora de abandonar el mundo e irse a ser juzgado por Námo, estaba listo para enfrentarla con coraje.

Preparo su arco y apunto, una sola flecha atravesó gargantas, cabezas y finalizo en la cuenca de un ojo: un solo disparo y ya había acabado con cinco.

- ¡ELBERETH!- grito lanzándose a la lucha.

Sus flechas volaban por el aire, para terminar clavadas profundamente en el cuello de un gran orco;  la sangre negra salía de la herida, mientras inundaba por igual la asquerosa boca del ser y los ojos verdosos, que en un principio mirasen con odio; se apagaban como la llama de una débil vela ante un fuerte viento.

La espada era blandida con furia, con cada golpe tajaba sin dificultad a varios enemigos, cercenaba a uno y degollaba a otro. Aquella sangre impura mancillaba el suelo, mientras brotaba sin demora de las heridas de los orcos.

Un clamor  de horrorosas y distintas voces orcas inundó de ecos los alrededores, mientras varios de esos despreciables seres caían al suelo muertos degollados, apuñalados, atravesados de lado a lado por flechas o noqueados por los golpes y patadas que daba el fiero guerrero.

Pronto se le vació el carcaj y la espada se atoro en el cuerpo de un gran trasgo al clavarse entre sus vértebras, sin embargo los enemigos no disminuían en número ni en energías y le atraparon aferrándosele uno a cada extremidad, clavándole los podridos dientes en la carne y jalándolo hacia el suelo por los plateados cabellos; inmovilizándolo bajo el peso de los cuerpos de más de una decena orcos apestosos y uno especialmente corpulento se le acerco llevando en la mano un barro que le unto en la cara, obligándole a tragar.

Era la sangre del orco que había sido degollado en un principio, la sangre envenenada combinada con lodo y el mundo se desvaneció en tinieblas para sus ojos."