Osgiliath 2003 (cap. 16-27 y final)

Tras la conclusión de la trama principal, Ricard nos ofrece una serie de epílogos de esta apasionante historia.
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20.

Negro sobre negro

 

 

En la noche que siguió a ese mismo día en que Tullken y Dwalin habían visitado a Elesarn en el hospital Ioreth, la oscuridad fue apoderándose sin problemas de las habitaciones de todos los pacientes a medida que en éstas se iban apagando sus luces.

En una, Arien dormía acurrucada en la cama, arropando aún más si cabe a su bebé mientras soñaba misteriosos paisajes en azul a los que no podía dar explicación, a la vez que en otra, Elesarn permanecía medio despierta y medio dormida, observando embelesada la faz de  la Luna  que se colaba por el ventanal que tenía a su derecha. Su lumbre, tamizada por las vaporosas cortinas, iluminaba con un tono gris y triste los difuminados contornos de la estancia a los que la elfa no prestaba atención a pesar de ser plenamente consciente de su presencia.

Y aun en la quietud y silencio de los pasillos iluminados por bombillas amarillentas, una tercera presencia revoloteaba por ellos como una sombra sin cuerpo, como un fantasma sin cadenas, muda y cautelosa, esquivando miradas indiscretas como la de la última enfermera que recorrió los pasillos y que, a pesar de sentir el hormigueo en la nuca de sentirse observada (igual a la que le asalta a uno al percatarse de golpe del frío que reina en una habitación nada más entrar), decidió continuar con su ronda, ignorando los espejismos que suelen acompañar a las horas nocturnas.

La presencia aprovechó esa circunstancia y, como un ladrón colándose hábilmente por una ventana, llegó hasta la tercera planta del edificio y penetró en el cuarto de Elesarn. La chica, perdida todavía en el laberinto de caminos que conducían a los jardines llenos de noctámbulos de Lórien sin saber si entrar o no, detectó en seguida al intruso y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró con que éste la miraba directamente a sus ojos, cerniéndose sobre su cama como una sombra más de la habitación, acaso una de más negra que sobresalía por encima de las diferentes capas de negrura con que adornaba la noche los rincones y huecos del mundo.

Sin saber si seguía despierta o se había sumergido al fin en la inconsciencia, la elfa se estremeció al percibir la misma fuerza, el mismo poder que rodeaba al Hombre de Azul y que también había “olido” en Tullken esa misma tarde, recubriendo al extraño. Una fragancia que marcaba a sus portadores como habitantes de otro mundo, de tierras extrañas y costas lejanas. Agarrotada por un intenso miedo que, no obstante, se esparció con suavidad por sus miembros, Elesarn mantuvo el tipo y no cerró los ojos ante esa pesadilla hecha carne. Lo   único que le quedaba en este mundo era la dignidad y no iba a perderla ahora que había abandonado al fin las orillas que conducían al País de  la Muerte.  

Pero la sombra, bajo la luz de  la Luna  que no conseguía iluminarle lo bastante bien como para que revelara su identidad, le habló con la lengua de su Pueblo, vieja y gastada como Arda y, poco a poco, Elesarn fue abandonando su temor inicial para prestar más atención a lo que iba escuchando.

Porqué lo que Tullken no podía haberse ni imaginado nunca era que la temida venganza de Mandos había empezado ya hacía mucho tiempo; casi cuatro mil años atrás, y que el Destino, más tarde o más temprano, o por más que se le intentase engañar, enmendaba siempre sus errores, siguiendo su corriente preestablecida e ignorando todo lo demás.

  

 


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