Relatos de Anderian: Viaje de un heredero
1. Antes del alba
Seguía con su mirada grisácea a su pequeño amigo entre tanta maleza que le obstruía la vista, pero a pesar de ello lograba distinguirlo por su contrastante color rojo anaranjado que le caracterizaba. La luz del sol apenas lograba atravesar la espesura del bosque, por eso se valía del olfato y el oído del ágil cuadrúpedo que pisaba con cuidado las hojas marchitas regadas en el suelo musgoso y escarchado de piedras con zonas verduscas en gran parte de su superficie. Por fortuna, las botas del joven ayudaban bastante ahogando el crujir de las hojas y ramas; su vestimenta, verde y marrón, lo hacían un perfecto candidato a ser parte de la vegetación que le rodeaba. Una capa verde, amarrada con un broche en el hombro izquierdo, cubría la cabellera oscura y rostro del joven; a sus espaldas llevaba una mochila que se sostenía con una correa que cruzaba el pecho, además de una vara de madera perfectamente recta y con aros bañados en oro en los extremos y con incrustaciones de piedras tornasoladas en forma de mosaico, separados por franjas de los mismos dos aros que les encerraban.
Por cualquier lado que viera, la espesura del bosque no parecía tener fin. El día caía lentamente, el cielo se tiñó de colores rosas, púrpuras y anaranjados en el oeste, y al este el azul oscuro y los destellos blancos hacían su aparición.
-Finrach, detente- ordenó al zorro que iba delante de él, y casi automáticamente detuvo sus labores para voltear a ver al joven y con la misma agilidad de hacía unos momentos, regresó sobre sus pasos hasta llegar a él. Al estar frente a su amo, se sentó y le dirigió una mirada curiosa al mismo tiempo que movía su espesa cola de un lado a otro- Ya es tarde, será mejor continuar mañana- se arrodilló hasta estar a una altura similar al zorro y acarició su cabeza con suavidad, Finrach se limitó a cerrar los ojos disfrutando del gesto.
Se dispusieron a caminar un poco más, mientras que a cada momento la noche comenzaba a cubrir con su negrura todo el cielo, se detuvieron al encontrar un claro, ideal para pasar la noche. El joven se aproximó al lugar, dejando ver su silueta recortada a la luz de la luna, su mano derecha situada sobre la capucha verde, la deslizó hacia atrás. Su cabello negro, corto y un tanto alborotado, brillaba con un resplandor plateado, levantó la vista grisácea hacia la cúpula celestial y silbó. Al poco rato una sombra se hizo presente en el cielo nocturno, planeó un poco en el aire hasta descender tranquilo hasta el punto de reunión con el muchacho.
Se acercó hacia el joven, con unos pasos agraciados y sacudiendo un poco sus alas de plumaje anaranjado, relinchó un poco seguido por un sonido aguilucho suave que sólo ellos tres escucharon. Sus ojos oscuros se cruzaron con la mirada gris de su amo, que reflejaba una alegría de ver al hipogrifo, mezclada con el cansancio de la búsqueda. Un par de manos se situaron en su quijada.
-Muy bien Antarod, es todo por ahora- le dedicó una sonrisa al híbrido, quien relinchó una vez más como respuesta- Bueno, habrá que hacer una fogata, ya saben qué hacer- a continuación, se internaron en el bosque en distintas direcciones.
Después de un rato, Antarod salía al claro con una piedra sostenida por su poderoso pico y luego regresaba para buscar más, apilándolas como podía. Finrach hacía su contribución llevando pequeñas ramas que encontraba, llegaba dando pasos graciosos, alzando mucho la cabeza, como si apenas pudiera con las ramas que traía. Y finalmente su amo, salió de las penumbras de los árboles con unas ramas un poco más grandes; fue apilándolas junto con las que habían encontrado Finrach y las encerró en un círculo con las piedras aportadas por Antarod. A continuación, el pequeño zorro pasó por un lado del círculo de piedra, rozando su espesa cola contra la madera, provocando así una pequeña flama que fue esparciéndose por todas las ramas, quedando al fin la fogata.
Antarod inspeccionaba el lugar con su mirada oscura dirigiéndose de un lado a otro, para encontrar un sitio adecuado para pasar la noche, cerca de la fogata logró encontrar un espacio que pareciera una cama de hierba; con sus patas delanteras de águila palpó el terreno y habiendo comprobado la comodidad, se puso encima de la misma y se tumbó. Su amo por su parte, se liberó de su carga dejando cerca la mochila y la vara de madera, acto seguido, se recostó en la hierba suave a un lado de Antarod; Finrach siendo el último, se acurrucó en el costado derecho del chico enroscándose hasta quedar una bola de pelo rojizo. Se llevó una mano a la nuca y la otra al lomo del zorro, sentía el suave pelaje pasar entre sus dedos mientras lo acariciaba y la respiración calmada de este ante el gesto.
-Estamos cerca-dijo en un susurro, convenciéndose a sí mismo que pronto acabaría esa búsqueda que se había vuelto tediosa. Hasta sus oídos llegaron las noticias de un pueblo atemorizado por la presencia de una criatura de gran tamaño, y eso es a lo que se había dedicado todo este tiempo; sin embargo, aún no había pistas del animal.
La luna resplandecía por encima de ellos, blanca y redonda, rodeada de unas cuantas estrellas que brillaban pálidas y tímidas en la penumbra. El viento iba aplacando poco a poco las llamas saltarinas de la fogata, hasta haberse extinguido la última de ellas de un soplido, también mecía las hojas de los árboles, produciendo un sonido monótono y relajante; los tres viajeros dormían tranquilamente, abandonados al sueño pero atento a cualquier ruido que pudiera ser peligroso, además de recobrar algo de las fuerzas que habían desgastado en la búsqueda. Todo era calma en aquella noche fresca.
Repentinamente, las grandes orejas puntiagudas de Finrach empezaron a moverse, como intentando localizar o atrapar un sonido lejano; sus ojos dorados se abrieron, todo en vano ya que no tenía buena vista en un lugar con tan poca luz, así que se concentró en los sonidos que captaba con sus orejas: escuchaba el silbar del viento, el batir de las copas de los árboles, alguno que otro grillo cantor; lo que buscaba era algo fuera de lugar entre ese armonioso ruido nocturno. Finalmente encontró algo. La hierba hacía un ruido inusual, aquel cuando unas pisadas dejan rastro en ella quedando achatada, formando una huella. Dichas pisadas eran lejanas, apenas un murmullo pero, a juzgar de su comportamiento, el cual era de un andar apresurado, no tardaría en ser cada vez más cerca de ellos.
A pesar de no poder ver bien en la oscuridad, pudo distinguir el contorno plateado de la cabeza de Antarod alzándose de pronto, sus ojos estaban clavados en la dirección de las pisadas al igual que sus orejas. Su naturaleza nerviosa hizo que lanzara un relincho sordo que terminó con un tono de águila, habiendo hecho esto se puso en pie, levantando de vez en vez la cabeza y batiendo un poco sus alas, señal de su nerviosismo. Una sombra se colocó a un lado de él, al voltear a ver pudo divisar que se trataba de su amo, que se incorporaba de pronto, de seguro también se había percatado de la situación.
Un aullido doloroso resonó a lo largo y ancho del bosque, los tres compañeros de viaje al oírlo se estremecieron por el sentimiento que transmitía-Algo lo está persiguiendo- dijo el joven, con báculo en mano y baja la guardia, fruncía el entrecejo para así intentar ver más allá y enterarse de qué es lo que ocurría. Finrach dejó de ver a su amo y se dirigió hacia el bosque, mantuvo muy en alto sus orejas para captar más sonidos que tal vez hayan sido demasiado sutiles para no percatarse de ellos; movió su cabeza hacia atrás, al corroborar que había más que sólo un par de pisadas y un aullido: una multitud enardecida le seguía el paso a la criatura.
Antarod comenzó a ponerse cada vez más nervioso y retrocedía uno que otro paso, el fugitivo pronto se reuniría con ellos. Los pasos eran cada vez más fuertes, pesados por el tamaño del animal y sin embargo ágiles, de pronto se detuvo. Una silueta dibujada por la luz de la luna apareció frente a ellos, dejándolos con los ojos abiertos totalmente al ver frente a frente su objetivo de la búsqueda por fin encontrado. El muchacho dio un rápido vistazo de las dimensiones del recién llegado, era del tamaño de Antarod o quizá un poco más alto que el hipogrifo, su pelaje se asemejaba al de Finrach, sobresalía una cresta sobre su lomo, un par de ojos asomaban como dos faros con la luz de la luna.
-Un Geváudan-pensó apenas el joven viajero al observar al animal, sin embargo, al mirarlo con más detenimiento se dio cuenta de la presencia de un aspecto maltratado, lastimado, herido por aquel gentío que le intentaba dar caza. Sus ojos, además de ser amarillos-dorados, reflejaban temor y angustia por querer salir de ahí, acompañados con la agitada respiración que presentaba debido a su huída, lucía cansado y sin ganas de dar batalla contra ellos, lo único que quería era salir vivo.
El gruñido fue quedo, sólo buscaba advertir de su presencia al Geváudan que estaba plantado frente a ellos, y éste así lo hizo, sus ojos se entornaron en dirección al zorro. Finrach entonces comenzó a avanzar con cautela, tratando así de no espantar al gran lobo con algún movimiento brusco, iba en actitud sumisa, con las orejas pegadas a la cabeza y la cola colocada hacia abajo; al llegar hasta donde el Geváudan, dio otro gruñidito y le lamió una herida en la pata izquierda.
Finrach y los demás de su especie, además de ser caracterizados por sus habilidades fogosas, también era conocida su habilidad de poder sentir lo ajeno como propio. Si veían llorar a alguien, era de esperarse que el zorro no tardaría en hacerle compañía en su pena. Finrach por lo tanto, podía sentir lo que el Geváudan transmitía en su mirar y su lenguaje corporal. Entonces el Geváudan al ver el acto de solidaridad hecho por Finrach dejó sobresalir su lengua, alegre por contar con alguien de su lado, eso lo calmaba.
Las voces y el crepitar de las antorchas se hacían cada vez más y más fuertes, señal de que no estaban demasiado lejos del cuarteto, el enorme lobo miró por encima de su hombro y al darse cuenta de la proximidad de sus perseguidores, su cuerpo pareció empequeñecerse y sus orejas se pegaron a su cabeza, un gimoteo se le escapó de su hocico.
-Ellos no están viendo lo que realmente sucede, sólo buscan una solución rápida-dijo con un tono de enfado en sus palabras, pues detestaba que la gente no se diera siquiera un tiempo para buscar la causa del por qué de la visita de una criatura o ataque de otra; no eran como él y su pueblo, dedicados a intimar más con la naturaleza y conocer sus secretos, convivir con los seres vivos que les rodean. Vio al Geváudan con firmeza-No temas, te ayudaremos. Finrach, enciérralos en un círculo de fuego; Antarod, vuela alto y espántalos con tu sombra-.
Finrach entonces erizó su pelaje agachándose casi totalmente como tomando impulso, soltó un gruñido tosco y breve, su pelo empezó a brillar con destellos naranjas y rojos. Unas pequeñas flamas aparecieron en sus mejillas, lomo y hombros, y otras más empezaron a salir; entonces se echó a correr y desapareció en las sombras de los árboles, sólo se veía una bola de fuego alejarse con gran rapidez. Al poco rato escucharon los gritos transformándose en chillidos de miedo, por el fuego que les rodeaba. Antarod por su parte se elevó en los aires, buscando con su vista aguileña el círculo llameante que había formado el zorro de fuego, al encontrarlo dirigió su vuelo hacia ahí bajando lo suficiente como para dejar ver lo más grande posible su sombra y a la vez estar alejado de cualquier ataque que pudiera recibir. Al estar cerca vio un claro y a la multitud vuelta una masa de gente que se concentraba en el centro del círculo, se encontraban desconcertados por lo que estaba sucediendo ¿sería obra de ese animal que estaban persiguiendo?
Un llamado de águila llamó la atención de los oídos de la gente, quienes volvieron sus miradas hacia el cielo nocturno y vieron una gran sombra volar sobre sus cabezas, al ser de noche no supieron distinguir de qué se trataba pero sacaron sus conclusiones.
-¡Un grifo!-gritaron unos-¡Nos va a devorar!-gritaron otros, y los lamentos no se hicieron esperar.
De entre los arbustos, resguardado por la oscuridad que reinaba en el bosque, Finrach veía la escena, inmóvil, al igual que Antarod desde los aires, mientras seguía emitiendo ruidos; pronto los hombres vieron un pequeño espacio entre las llamas que los rodeaban, y cruzaron deprisa por ahí, con la esperanza de que pudieran llegar a casa antes de que el grifo los atrapara.
-Parece que dio resultado- el Geváudan se encontraba acostado en la hierba, descansando. Su acompañante estaba arrodillado frente a él, tenía los brazos estirados hacia el frente con las palmas de las manos palpando las heridas en el cuerpo del lobo. Sus miradas se cruzaron, el joven tenía una leve sonrisa, como tratando de animar a la creatura por la victoria obtenida, después se volvió a enfocar en las heridas-Estas heridas requieren atención-.
Vio entonces cómo se incorporó, apoyándose su mano izquierda sobre su rodilla, dio unas cuantas zancadas y el lobo le siguió con la mirada. La figura esbelta se encorvó hasta casi llegar al suelo, había un bulto en frente suyo y con ambas manos se puso a inspeccionar su contenido con la ayuda de la luz plateada de la luna. El Geváudan vio cómo se volvía a incorporar y regresaba hasta él, ahora con una bolsa de cuero en sus manos, parecía ser agua a juzgar por el sonido que percibía de agua siendo agitada; ya estando cerca de nuevo, quitó con cuidado la tapa del recipiente y aproximó la boca a una de las heridas. Gimió.
-Tranquilo, todo está bien-y otra porción del líquido cayó sobre otra herida, y de nuevo un gemido sordo- Shh, shh-así fue sucediéndose hasta que emitió el último gemido cuando oyó- Ya, es todo. Te aseguro que te servirá de mucho-.
El Geváudan se quedó viendo por momentos al muchacho que estaba parado frente de él con una sonrisa dulce, luego sus ojos se fueron hasta donde las heridas, el dolor se estaba disipando ya, qué alivio. Como pudo se puso de pie, cruzó una mirada con ese humano que le había ayudado, le estaba agradecido por eso, ya no tenía que seguir huyendo para salvar su vida; su cola, larga y musculosa, se movió de un lado al otro, en señal de estar feliz. Una mancha roja apareció corriendo desde el bosque, Finrach había vuelto ya, al igual que Antarod que se aproximaba desde el aire con suma elegancia en su vuelo. Finrach vio el ahora mejorado Geváudan y sintió su alegría, imitando a la enorme especie de lobo, se puso a mover de un lado a otro la espesa cola. El muchacho soltó una risita en cuanto vio a Finrach, de nuevo alegre como siempre.
Un aullido, una señal de la presencia de otro Geváudan, estaba llamando a otro. El lobo giró sobre sí y alzó las orejas para escuchar el llamado y responderlo con otro aullido, volteó de nuevo a ver al trío que le había ayudado moviendo con emoción su larga cola.
-Han de ser tu familia. Ve con ellos-le sugirió con una voz suave y alegre, entonces sin pensarlo dos veces comenzó su recorrido en dirección de la manada, los tres colegas observaban la escena, inmutados, y antes de que desapareciera del claro, les dedicó una última mirada unos momentos y se fue.
El fulgor de las estrellas era cada vez más débil, menos visible, al igual que la luna, ya no tenía el mismo resplandor. Unos rayos dorados cruzaron el cielo, iluminándolo nuevamente de colores claros, la noche se estaba disipando. El alba había llegado.
-Es hora de irnos-volteó a ver a sus camaradas, quienes se intercambiaron miradas-Nosotros también debemos volver a casa-.
2. Nuevos días de paz
El sol del mediodía se situaba sobre de ellos, su calor era suave al igual que la intensidad de sus rayos, era un sol un tanto pálido por las nubes que estaban de paso. El verde inundaba gran parte del paisaje, un círculo se encontraba escaso en la cima achatada de una colina, sólo tierra y unas cuantas piedras de gran tamaño alrededor, las dos figuras ahí presentes podrían pasar desapercibidas, por sus armaduras de cuero. Las dos hojas de metal chocaron con fuerza entre ellas, sus superficies reflejaban la imagen inversa de sus portadores, ambos se encontraban inmersos en la batalla por lo que sus miradas se cruzaban fugazmente. Una de las hojas se deslizó sobre la otra obligándola a inclinarse y caer sin más al suelo desnudo de verdor.
-He ganado-dijo el joven de cabello castaño con la punta de su espada a unos cuantos centímetros de la garganta de su oponente.
-Lo admito Marduk, ganaste de nuevo- el castaño bajó la cabeza al mismo tiempo que enfundaba su espada al costado derecho.
-Ílhan-dio un suspiro y lo vio a los ojos-No soy el único que entrará a esa cueva. Necesito que te propongas la victoria, no malgastes tu tiempo en pensamientos negativos que te hacen creer que no puedes-el chico de cabello rubio desvió su mirada, observando el verdoso paisaje que les proporcionaba Aritrel.
Lejos hacia el norte se alzaba Falot Sohrel, la larga cadena de montañas. No podían verse sus puntas por las nubes bajas que les rodeaban, ni tampoco su final, pues la cadena seguía más al norte y se perdía en el horizonte. Uno de los límites del bosque era hasta las faldas de las montañas más cercanas. Entonces Ílhan apartó su vista de ese paisaje y se dirigió más hacia el sur, hacia donde se vería su hogar, allá cerca de las costas.
Su hogar. Las cosas se habían puesto difíciles, desde que el rey Táerhan no volvió de su viaje. Su pueblo entero sufría un gran tormento debido a una temible creatura, que exigía comida a cambio de no atacar el reino; cansado de esta situación, el rey fue a enfrentar a la creatura, llevando consigo los mejores hombres, los más capaces para llevar a cabo tan difícil tarea. Sus últimas palabras fueron:
“Nuestro verdugo no verá más la luz del alba, su garganta sentirá el filo de la espada y el frío que anuncia la muerte. A partir de mañana, nuevos días de paz y armonía llegarán.”
Ese mañana no llegó. Todo el pueblo estaba angustiado por la ausencia de su monarca, pero nadie se atrevía a internarse en los senderos del Aritrel, no había heredero que le sucediese, ni algún valiente dispuesto a traer a su rey de regreso. Nadie creía que podrían hacer semejante hazaña, a pesar de que el Universo entero fuera capaz de hacer realidad sus propósitos con sólo creer en ello, su inconveniente era que los dominaba la mente y no creían que el Universo hiciera caso a sus deseos. Ése era el problema existencial de cualquier Vannan, tener la capacidad de hacer todo y no creer que pueda ser posible. Ni Ílhan escapaba de ello.
Se preguntaba el por qué se había dejado llevar por su amigo, por qué Marduk había decidido que lo acompañara a ese viaje, él no era lo suficientemente fuerte como para poder vencerlo en una simple batalla de entrenamiento, mucho menos lograría conseguir una victoria contra una creatura. Debió escoger a alguien más, alguien más fuerte, más capaz; Marduk una vez le dijo que, de todos los Vannan que había en el pueblo, él era el único que no era tan cerrado de mente. Bien, no estaba tan seguro de lograr encontrar al rey, pero al menos haría el intento.
-Yo puedo-
Seguía inmerso en la quietud del paisaje, Marduk le hizo compañía con la mirada puesta en nada, parecía que se encontraba sumergido en sus pensamientos, sin embargo, la calma se rompió. El vuelo de una bandada de pájaros fue lo que atrajo su atención, algo había en su manera de volar, denotaba el apuro por irse pronto de ese lugar. Fruncieron el entrecejo, la duda les provocaba que sus corazones empezaran a palpitar más deprisa, sus cuerpos experimentaron una serie de escalofríos que los cubrió completamente, como el paso del viento helado, además de una momentánea parálisis. El eco de gritos en la lejanía se expandió rápidamente, Ílhan ahogó un grito, sus rodillas empezaron a temblar al igual que el resto de su cuerpo, ya sabían hacia dónde dirigirse, sin embargo, no se encontraba preparado para el momento.
-Vamos, de seguro el rey está peleando contra el animal-lo agarró del brazo con fuerza y sin prestar atención a su amigo, haló de él para que se diera prisa. La pendiente era suave y no había piedras que obstruyeran su paso, iban corriendo a la mayor velocidad que podían alcanzar, en breve pisaban ya el suelo del bosque.
Las nubes se habían retirado y la luz del sol se filtraba por los espacios entre los árboles, todo estaba perfectamente iluminado con matices dorados, el suelo era plano y firme, cubierto por una capa de hojas secas, algunas ramas y una que otra piedrecilla. Mientras corrían, el sonido de la batalla se hacía más nítido.
-Ya estamos cerca-jadeó Marduk, corriendo con más velocidad, Ílhan trataba de seguir su paso; los dos sentían cómo la adrenalina circulaba por sus venas, y el cansancio apenas podía sentirse, disminuía con cada zancada que daban. Ya estaban a unos metros de distancia.
Marduk sintió que le impedían seguir más, algo se aferró fuertemente a su abdomen empujándolo hacia atrás y dejándolo sin aliento. Cayó de espaldas al suelo, Ílhan sintió lo mismo y se encontró también en el suelo, tosiendo. Se sentaron tratando de recuperar el aliento.
-¿Qué hacen aquí muchachos? Es demasiado peligroso estar aquí-gruñó el soldado-.
-Vinimos a ayudar-su voz era entrecortada aún por el golpe en su abdomen, se puso de pie, al igual que Ílhan.
Otro grito, el soldado volteó y después los miró de nuevo, sus ojos iban de un lado al otro, pensaba en lo que debía de hacer pronto-Está bien, vamos, es hora-sujetó con más fuerza su espada, Ílhan y Marduk desenfundaron las suyas.
Avanzaron hasta llegar a una hondonada, dentro de la misma había una cueva de gran tamaño y enfrente se alzaban dos rocas en forma de gruesos colmillos que custodiaban la entrada, como dos guardianes silenciosos, a su alrededor y por todo el camino que llevaba hasta la cueva, estaba repleto de piedras y algunos cuerpos de hombres recién caídos. Era el campo de batalla. Detrás de los grandes guardianes había más hombres esperando la señal para atacar, entre ellos destacaba uno. En la entrada estaba su oponente: una serpiente de gran tamaño, con un par de alas de murciélago a su espalda y dos pares de cuernos que describían una ondulación en su estructura. La inmensa serpiente se percató de los tres hombres que acababan de llegar al lugar del combate, su pesado cuerpo rastrero se fue desplazando hasta ellos, sin embargo, antes de acercarse siquiera a unos metros, los hombres salieron a su encuentro.
Las escamas color negro brillante de la serpiente alada estaban tan endurecidas, que los ataques de los hombres no le hacían más que simples rasguños, corrompiendo su uniformidad con escamas deformadas y carentes de brillo. En tanto, Ílhan y compañía bajaban presurosamente la pendiente, cubriéndose de la mirada del animal al pasar por detrás de una de las enormes rocas en forma de colmillo. La enorme víbora rotó su pesado cuerpo y, con su larga cola, lanzó al aire a aquellos hombres que intentaban lastimarla con sus espadas.
-¡Valor mis soldados, valor!-exclamó una voz entre todo el ruido, tratando de sobresalir y alentar a sus aliados. Ílhan pudo constatar que ahí se encontraba el rey, estaba a tan sólo unos metros de él, su armadura era del color de la madera con detalles dorados y en su yelmo había grabado un sol en la frente.
La serpiente alada centró su atención en aquél valiente hombre, éste se dio cuenta del cambio y alzó su espada y escudo para iniciar un combate contra aquél adversario. El reptil se abalanzó contra el rey Táerhan, el cual esquivó a sólo segundos, la cabeza del animal azotó contra el suelo empedrado con demasiada fuerza que la tierra se levantó y las piedras más pequeñas salieron volando, se reincorporó dejando de lado el gran hueco en la tierra que hizo con su boca. Buscó con su mirada al rey, estaba a un lado de él, sin dudarlo volvió a embestirlo una vez más; el escudo del rey, un objeto redondo con un sol similar al de su casco, cayó de su brazo hecho pedazos por la embestida. Entonces habiendo visto a ese hombre en el suelo, gritando por su brazo roto, lo apresó en sus fauces y con fuerza lo arrojó contra una de las piedras guardianes, cayendo cerca de donde se encontraba Marduk
-¡Rey Táerhan!-gritó uno de los soldados y fue hasta donde él. El resto de los hombres se alzaron en un grito de furia y se dirigieron hacia la enorme serpiente, con espadas en mano listos para atacar, sin embargo, nuevamente la larga cola los lanzó al aire con un solo movimiento, quedando aturdidos por semejante golpe.
Volvió de nuevo su atención hacia el rey, ahora protegido por Marduk y aquél soldado quienes esperaban a defender a su rey. Ílhan observaba la gran creatura y después a su amigo, quizás sufriría el mismo destino que el monarca.
-Yo puedo-
De entre las piedras encontró una del tamaño de su puño, era pesada pero estaba seguro que si sus pensamientos se centraran en dar con el blanco, resultaría tal cual. La alzó por encima de su hombro y la lanzó hacia el ojo de la víbora.
-¡Oye tú! ¡Por aquí!-gritó Ílhan mientras que el animal gritaba también, pero de dolor. Habiendo dejado de gritar buscó aquél que le había atacado, sacando su lengua bífida una y otra vez, el insolente se encontraba al otro lado, junto a la otra gran piedra, portando un escudo y una espada, tal cual su oponente anterior, sólo que más joven y quizás más débil.
-¿Tú quién eres para atreverte a enfrentarme? ¿Crees que podrás derrotarme?-le habló en pensamientos la serpiente mirándole fijamente a los ojos.
-Yo…soy Ílhan y vengo a derrotarte-le respondió el joven de ojos color miel, su amigo observaba cómo se perdía en la mirada rojiza y trató de avisarle de no caer ante el encantamiento, pero él no podía escuchar nada, sólo las palabras venenosas.
-¿Eres hijo del rey? ¿Cargas con un título?-.
-No, mis padres se han ido hace años. Soy sólo un aldeano-volvió a responder, sin resistirse.
-Así que eres uno más del montón, ni siquiera ostentas un título de nobleza. Muchos han intentado vencerme, nobles, caballeros, incluso tu rey, todos incapaces de hacerlo. Y ahora te encuentras frente a mí, creyendo que un aldeano podrá hacer lo que nadie de ellos logró en su momento-.
-Yo…-tambaleaba en lo que creía que era posible, en su habilidad, su escudo cayó. La serpiente seguía mirándolo fijamente y ahora se aproximaba más a él, exhibiendo su lengua bífida de vez en vez.
-No tienes posibilidades, eres débil y yo muy fuerte. Has venido hasta tu propia tumba y yo he de darte muerte-finalizada la frase abrió sus enormes fauces, listas para engullir al pobre muchacho inmóvil.
-¡Ílhan!-la voz de su amigo por fin pudo volverlo a traer al mundo real, parpadeó un par de veces y vio la serpiente que estaba por comérselo.
-Te equivocas, ésta será tu muerte-sentenció y con un rápido movimiento de manos golpeó por un lado las fauces de la serpiente, azotándola contra el suelo.
Al encontrarse tendida miró hacia arriba, cruzándose con la mirada de su adversario, bajó hasta la mano donde empuñaba la espada, intentaría dar otro golpe; con su cabeza, en un rápido movimiento de supervivencia y no de lucha, golpeó el cuerpo de Ílhan tumbándolo al suelo pedregoso, ahora se hallaba mirando desde arriba al muchacho. De nuevo se arrojó en dirección al joven de cabellos dorados, con las enormes fauces abiertas para darle fin de una vez por todas, pasmada se dio cuenta que había fallado al chocar duramente contra el suelo, Ílhan había rodado fuera de su alcance antes de tiempo, ahora volvía a comer polvo y piedras. Exhausta y aturdida por el golpe, se dispuso a buscar a su objetivo que había desaparecido de su vista, sintió estocadas en su cola, eran Marduk y Argoreph que intentaban ayudar a Ílhan; al verlos pensó en arrojarlos lejos pero luego cambió de parecer, y con su cola moviéndose ágilmente atrapó a ambos hombres con su cuerpo constrictor, aplastándolos como una tortura lenta.
Sin que nadie se percatara, ni siquiera la mismísima serpiente, un fuerte golpe sacudió su cuerpo dejando atónitos tanto al animal como a sus presas. Ílhan se encontraba de pie a un lado del reptil, con las manos puestas en la espada y ésta a su vez se perdía entre la carne de la creatura, el filo de la espada había atravesado su garganta, hiriéndole mortalmente. Ílhan permaneció inmóvil, viendo cómo el cuerpo del bífido se retorcía y sus alas se batían hasta quedar sin vida, soltó su espada, lo había logrado, había vencido al cuélebre. El rey había observado todo el acontecimiento y por un momento vio en él algo único, sus anhelos no fueron en vano, lanzó un lamento de dolor que fue escuchado por el joven victorioso.
-Rey Táerhan-dijo Ílhan al acercarse hasta él, se encontraba muy mal-¡Hay que llevarlo de regreso a Veleryon pronto!-gritó a Argoreph, junto con Marduk se liberaba del cuerpo sin vida del cuélebre.
-Es tarde Ílhan, estoy quebrado y no aguantaré el viaje de regreso a casa-su voz era cada vez más débil y le costaba pronunciar palabra alguna.
-Veleryon llorará la pérdida de su rey y no habrá quien le sustituya-.
-En realidad sí lo hay. Se me ha revelado y lo he visto pelear frente a mis ojos; ahora en mi lecho de muerte, mi más profundo anhelo se ha cumplido. Veleryon perderá un rey, pero no estará desamparado-se quitó su guante derecho despojándose de un anillo de oro: tenía un sol con un rubí en el centro y ocho rayos de luz, seis en forma de flama y los otros dos entrelazándose hasta tocar el otro lado del sol-Verá nuevos días de paz y armonía junto a su rey Ílhan-y los ojos del rey se cerraron para no volverse a abrir nunca más.