La Música de Tolkien
Es tan difícil aprehender el concepto musical, tanto que se traduce en algo imposible. La música, como cualquier otra vivencia, otra manera de sentir, es inabarcable e inaprensible. Y de esa manera lo sentía Tolkien, y de esa forma la trató como eje fundamental en el denso tejido de toda su mitología. El excelente reflejo del acto creador, del manifiesto del poder en Eru tiene su reflejo en un acto musical, en la armonía de los sonidos como poder trascendente, la Música de los Ainur. Todo el conocimiento, el poder de la comprensión, de los actos, se diluye en un río de temas, de armonías que entretejen la realidad, de consonancias y disonancias. En Tolkien, la forma tema con variaciones se torna en el pilar básico sobre el que asienta y desarrolla todas sus ideas, como el gran creador. Es la visión de un hombre profundamente espiritual. Así como las nornas de las mitologías nórdicas, bajo el fresno Yggdrasill van tejiendo el tapiz de los acontecimientos, del destino, con sus infinitas hebras determinando las individualidades de cada detalle de la realidad, la música de Tolkien desgrana a partir de un tema básico, de un diseño supremo, multitud de variaciones armónicas y melódicas que van desentrañando el infinito del que surge la creación de la Tierra Media.
Cuando Eru, el Único, creó de su pensamiento a los Ainur les propuso temas de música, pero la individualidad, la inmadurez de la comprensión de estos vástagos se tradujo en homofonía. Fue cuando Eru les inculcó el primer gran tema, con sus inmensas posibilidades, cuando apareció la Gran Música. De ella, los Ainur dieron una muestra de todo su ser y su sentido a través de un sentido inigualable de la armonía, de las variaciones.
En la música a través de todos los siglos, el concepto de la forma ha sido uno de los elementos más importantes que los grandes compositores han ido desarmando, rompiendo, y recreando según su intuición y genio. Inmediatamente surge una pregunta: ¿qué es la forma? La forma musical indica la manera en que se desarrollan armónica y melódicamente los temas musicales conformando un conjunto indisoluble con el propio contenido, es decir, se podría definir de una manera más o menos superficial como la estructura, el guión a partir del cual se articula todo el concepto. Posiblemente las formas más perfectas que ha dado la historia de la música sean la fuga, directamente emparentada con el sentido de perfección y apego con la trascendencia (cuyo mayor exponente lo encontramos en el genio de Bach), y el tema con variaciones, paradigma de la evolución, del crecimiento, de la vivencia. Es precisamente en La Música de los Ainur en donde Tolkien parece que se apropia, inconscientemente (como casi cualquier genio), del concepto de tema con variaciones orgánicas que Beethoven llevó hasta niveles inauditos, para desarrollar todo su mundo. Esta forma de desarrollo consiste en la exposición de un tema musical más o menos rico, con más o menos posibilidades y provocarle su evolución y desarrollo, cambiando su tono, cambiando su ritmo, invirtiéndolo, incluso modificándolo hasta que al final no sea más que el recuerdo de un big-bang, de la explosión de un caudal de música que recuerda lejanamente aquel primitivo tema inicial del que todo parte.
Así pues, el inmenso juego que despliegan los Ainur a partir del inmenso tema de Eru, todo ese tornasolado movimiento de armonías contraponiéndose, temas que evolucionan, que crecen, que mueren, que se transforman, están basados en esa idea principal que Eru propuso.
“y los Ainur vieron un nuevo Mundo hecho visible para ellos, y era un globo en el Vacío, y en él se sostenía, aunque no pertenecía al Vacío. Y mientras lo miraban y se admiraban, este mundo empezó a desplegar su historia y les pareció que vivía y creía. Y cuando los Ainur hubieron mirado un rato en silencio, volvió a hablar Ilúvatar:- ¡Contemplad vuestra música! Éste es vuestro canto y cada uno de vosotros encontrará en él, entre lo que os he propuesto, todas las cosas que en apariencia habéis inventado o añadido”.
No sólo eso, además Tolkien nos presenta en el inicio de su mitología el dualismo bien-mal concentrado en el concepto consonancia-disonancia. Es Melkor, el ángel rebelde, la encarnación del mal mitológico, repleto de egoísmo y pensamientos propios, quien presenta sus disonancias en la gran música de los Ainur. Disonancia que creó un efecto perturbador en el seno de la creación y que provocó la primera gran batalla que se recuerda en los anales de la mitología tolkeniana, una batalla armónica podría definirse. De ahí nació el rencor de Melkor, el fruto de sus disonancias y su desapego al tema inicial propuesto por Ilúvatar. Es curioso observar el paralelismo del pensamiento de Tolkien en cuanto al dualismo bien-mal con el mismo paralelismo consonancia-disonancia en el ámbito de la música. En el principio de los tiempos surgió claramente la distinción entre bien y mal bajo la forma de la disonancia que Melkor provocaba en el maravilloso canto de los Ainur. E Ilúvatar tronó: “Y tú, Melkor, verás que ningún tema puede tocarse que no tenga en mí su fuente más profunda, y que nadie puede alterar la música a mi pesar. Porque aquel que lo intente probará que es sólo mi instrumento para la creación de cosas más maravillosas todavía, que él no ha imaginado”. Y este es el verdadero sentido del concepto musical tema con variaciones: el apego supremo al tema inicial. En el futuro, las circunstancias, los frutos de estas disonancias primitivas no estarían tan claros. Retrotrayéndonos a la historia de la música, en los primeros pasos de la polifonía, la sensación y el concepto de disonancia quedaba claramente delimitado. Tradicionalmente, una consonancia siempre ha sido aquello que ha producido sensación de paz y tranquilidad al oído humano; mientras que una disonancia ha provocado el efecto contrario, es decir, sensaciones desagradables, de inquietud y desasosiego. Una definición puramente “organoléptica”, como vemos sensaciones que nuestra mente vive.
Pero vamos a intentar definir técnicamente qué es una consonancia y una disonancia. Las consonancias, en su sentido más puramente físico y científico, son el resultado del refuerzo en la intensidad de las ondas sonoras por resonancia de sus armónicos, las disonancias restan, pues sus armónicos no coinciden, no se refuerzan, e implican la pérdida de poder del sonido fundamental. Y, ¿los armónicos qué son?, ¿qué es la base del sonido, por qué son tan vitales? Los armónicos de un sonido es un concepto importantísimo. ¿Cómo logramos diferenciar lo que llamamos el timbre de un piano de un violín o de la voz humana misma, tocando las mismas notas? Son los armónicos. Cualquier tipo de sonido está compuesto no por una única onda o vibración, sino por numerosas. Así, cualquier sonido real está compuesto por una onda fundamental común a todos los sonidos a la que le acompaña siempre un tren de ondas o vibraciones de mucha menor intensidad y tipos dispares. Dependiendo de la intensidad, del poder y del tipo de esas vibraciones de menor fuerza que acompañan a la onda fundamental (la que crea un sintetizador) tenemos el timbre de un instrumento u otro. Hay gente que se dice que tiene mucho oído, que es un genio del sonido. Esas personas son capaces de detectar los armónicos con más sensibilidad y profundidad que otras. Es por ello, que cuando dos sonidos diferentes tienen armónicos similares los detectamos inmediatamente como una consonancia, cuando son muy diferentes como una disonancia. Las consonancias en música suman sensaciones, las disonancias restan. Llego donde quería llegar, disculpadme por el rollo técnico: las creaciones de los Valar refuerzan las creaciones de Eru, las de Melkor distorsionan y restan la creación.
En este sentido, el intervalo armónico de cuarta siempre ha sido considerado una disonancia, y el tritono (cuarta aumentada) claramente prohibido por ser obra del mismísimo diablo. Con el paso del tiempo, con el advenimiento de nuevas tendencias musicales, lo que antes era disonancia ahora ya no estaba tan claro. El contexto musical, la armonía que modelaba los temas, era capaz de deshacer lo que antes era considerado una disonancia. Los maestros del impresionismo, sobre todo Debussy, eran unos genios en esto. La complejidad armónica y melódica de sus composiciones es tan abrumadoramente perfecta que el concepto de disonancia y consonancia, en las zonas digamos fronterizas, se disuelve como el azucarillo en la leche. En la mitología tolkeniana ocurre algo similar. Conforme la historia de la creación de desenvuelve, se desarrolla, y el fruto de ese primer tema de Iluvatar cobra sentido a través de los Ainur también el producto de esa primera disonancia de Melkor se vuelve más complejo, más intrincado. Los elfos no son ese pueblo perfecto y puro que su carácter de primeros nacidos le confería. Tampoco los hombres, ni los Enanos. La disonancia pura sigue existiendo, Melkor, y la consonancia pura también, el resto de los Valar. Pero ya la música permite la presencia de unos claroscuros en la historia de la Tierra Media de más complejo análisis. Aparecen disonancias dentro de las propias consonancias, y aparecen consonancias dentro de las propias disonancias.
Tolkien en sus famosas cartas contaba algo admirable: él no entendía de música, pero admiraba, y hasta es posible que envidiara, quienes eran capaces de hacerla. Procedente de una familia musical, casada con una música, dice Tolkien, que se situaba en el otro lado de la barrera: la de aquellos que disfrutan de la música, siendo la técnica y su estructura un completo misterio para ellos. El poder, la conclusión de muchos de los acontecimientos que jalonan la Historia de la Tierra Media tienen la música como elemento vital de resolución. Los momentos de paz se llenan de canciones, el reposo del guerrero es un auténtico hervidero de ideas musicales; los elfos, los Hobbits, los Hombres más cultivados, llegaban al máximo de su expresión con sus poemas cantados. Como restos de esa explosión, pequeños despojos y recuerdos de ese “big-bang” musical que creó Arda, numerosos sucesos musicales determinaron la sucesión de los acontecimientos de la Historia. Son diversas las situaciones notables en los que el suceso musical cobra protagonismo en la obra de Tolkien. Yo, personalmente, destacaría aquel hermoso canto con el que Lúthien derrotó sin paliativos al mismísimo Morgoth. La fuerza, el poder, la máquina, sólo podía ser derrotado por el arte, la cultura, por la fuente de la naturaleza misma. Y qué decir del auténtico espíritu moral de Tolkien: Tom Bombadil. Su expresión es la música misma, la fuente y la base de todos sus actos son estrictamente musicales. Su relación con el viejo sauce es por ello un suceso musical, y uno de los más bellos momentos tolkenianos a mi entender, incluso su enfrentamiento con los terribles tumularios se mueve en los mismos términos.
La música es inevitablemente el “código”, la fuente, la estructura y esqueleto de todo eso que llamamos Tierra Media. Y Tolkien, el profundo humanista, el amante de la naturaleza, hace protagonista a la misma música: ese algo más allá del propio arte que define perfectamente al ser humano desde todos puntos de vista, desde todos los posibles ángulos, y lo reúne con la trascendencia misma del Universo.
Hasta pronto.