El Niño y la Bruja

Interesante relato breve acerca de una misteriosa (y poderosa) mujer que rescata a un niño esclavo de las manos de su dueño.
Un crepúsculo rojo para una muerte virulenta; no flotaba una sola nube en el cielo crepuscular, pero igualmente en él... ardía fuego.
En medio de un páramo vasto y cubierto de una bruma efusiva, escurridiza y molesta, caminaba una mujer de talla media, probablemente delgada, de tez clara, rostro ovalar, ojos oblicuos y cabello claro. Su paso no era rápido ni mucho menos lento. Era prudente y sobrevigilado. Cada cierto tiempo miraba hacia atrás, con algo de recelo y temor, como si una sombra o algo aun más terrible le pisara los talones. ¿Qué o quién era esa cosa, que perseguía su alma como un yugo de hierro? Pronto lo sabría. La noche, ya cercana, le traería respuestas; todas sus conjeturas (habidas y por haber) desaparecerían. O al menos eso esperaba.
Al mismo tiempo, en un caserío más debajo de la larga pendiente que oscilaba en el crepúsculo, la gente comenzaba a encerrarse en sus chozas rompiendo en gritos de angustia y desesperación. Un hombre alto, en compañía de un niño, fue el único que aguardó en la barrosa y pútrida avenida de la pequeña y - hasta ese entonces -, quieta aldea. Algunos, en sus casas, rezaban a uno o más dioses desconocidos, en tanto que otros, aferrados al horror hablaban de una bruja. Una bruja que había sido vista en el yermo hacía solo unos instantes por un mocoso haragán.
Para ese entonces, ella, que caminaba sin ninguna mala intención, las palabras de su desconocido delator, pudieron haberle significado la muerte. Un cazador la esperaba en la entrada del pueblo. Sí... ese hombre, junto al niño; alto, delgado y moreno, de cabello negro y con la oreja izquierda brillando en ausencia....era un cazador.
Se encontraron en silencio. Cuando los pies descalzos de la hechicera, como probablemente la llamaría su aguardante, acariciaron con fragilidad los lindes bajos de la empinada y escarpada cuesta del yermo, él empuñó el mango de su espada y la desenvainó alzándola. El niño se escondió tras él. Ella se detuvo, sin poder comprender.
-Hechicera - dijo el cazador, con un tono calmo y reflexivo-. ¿Por qué traes a este pueblo los ardides de la desgracia?-.
Ella lo miró, confusa.
-¿De qué desgracia me habla el buen hombre? - preguntó, y pareció como si una luz blanca y nítida emanara de sus labios-. Mi paso por vuestra comarca no marcará la fatalidad, pues no es mi cometido ver arder vuestras chozas y mofarme de ustedes mientras sus almas se pierden en los infiernos. Soy una bruja de Luz, y como tal no podría ser testigo ni precursora de tal maldad. Apártate de mi camino, pues mi senda no acaba en tu espada, como ya pretendes. No quisiera dañarte, pero de entorpecerme, no habrá para mí otro camino.
-Conozco el camino del dolor tanto como tú conocerás el camino de la muerte - respondió él, ahora con un frío orgullo-. Los cazadores conocemos las tretas de perras como ustedes, subyugadas a los negros enemigos. ¿Bruja de Luz? Ninguna de vosotras podría atañerse ni envestirse con un nombre así. Matáis, maldecís y conjuráis a antojo. He visto demasiado para confiar en que te irás sin mover tu cuerpo o tu alma marchita. Retrocede, y mi arma te caerá por la espalda. Avanza, y te perforaré el pecho sin compasión-.
-Tus visiones y experiencias han sido, en verdad, penosas - respondió la mujer-. ¿Crees que una bruja de verdad te hubiese dejado vivo después de acercártele tan solo un centímetro? Iluso. Ni aun la más cándida y benigna, viendo amenazada su vida, pasaría inmutada - hizo una pausa. Apuntó hacia él con el dedo y sonrió. Él solo atinó a ponerse en guardia-. Cazador de Inocentes, te nombro - le dijo, y los cabellos dorados flotaron al viento, enredándose en ella como una manta de luz protectora-.
-Deja de fustigarme con tu voz venenosa - exclamó el hombre, cegado por la ira, y se lanzó en una carrera frenética y bestial cuyo terrible final era ver la cabeza de la joven mujer en el suelo. Mientras tanto, ella miró en paz al cielo y pidió perdón y gracia para el alma que pronto cruzaría más allá-.
-Dale el descanso que su vida le ha negado - susurró, y dio un salto terrible. Pareció como si volara por los cielos y se deslizara con el viento. Cuando la espada del cazador cortó el aire, solo en ese momento él se dio cuenta de su fracaso. Consternado y con las manos crispadas de un odio no consumado gritó y gritó dando golpes y estocadas ciegas hasta que un rayo de luz blanca le cayó en la cabeza y la vida se le resbaló del cuerpo en una maniobra letal.
Segundos más tarde, la mujer, que en verdad era solo una muchacha, se encontró con la figura arrodillada y horrorizada del niño que otrora había acompañado al cazador. Ella le sonrió y le tendió la mano. Él, entre tiritones y confusión, aceptó ser levantado. Tenía heridas en la cara y magulladuras en las rodillas. Lloraba.
-¿El te ha hecho eso? - vociferó la joven-.
El pequeño asintió en silencio, desviando la vista.
-¿Y por qué ibas con alguien que trataba de esa forma?-.
Una terrible marca en la espalda del niño fue la respuesta. Enmarcada en un círculo de piel chamuscada, irritada y desecha, se inscribía una inicial grabada en fuego.
-¿Eras esclavo?-.
La respuesta fue afirmativa, pero muda.
-Ahora eres libre -sonrió ella, y cortando una gasa de sus atuendos negros le limpió las heridas más recientes-. Ya no te va a molestar más, ¿sí?-.
Un balbuceo apenas reconocible salió de los labios sangrados del chico. Su, aparente, nueva compañera se quitó su gorra puntuda y de ala corta, y la puso en su cabeza. Él dejó escapar una débil sonrisa que desapareció cuando vio, allá lejos, el cuerpo tumbado, del tirano que le había hecho tanto daño.
-¿Qué le hiciste?-.
-Nada que él no deseara - respondió la joven-. ¿Tú no crees que las brujas somos malas de verdad, no es así?-.
No hubo respuesta esta vez, pero ella entendió.
-Caminaremos juntos de ahora en adelante. Voy a un sitio muy bonito donde podrás reponerte y quitarte del cuerpo y el corazón esas terribles marcas del pasado. ¿Quieres venir, o te dejo en una casa de este lugar?-.
-Llévame - dijo el chico, entrecortadamente-. Aquí no me quieren. Pero antes... prométeme que no me harás daño-.
La joven le devolvió una cálida y maternal sonrisa. -Antes moriré yo - dijo-.Te protegeré hasta que puedas encontrar tu destino. Vamos.

Largo tiempo caminaron juntos, surcando peligros terribles, haciendo caminos peligrosos a través de ciénagas, cañones y quebradas. Ella no hablaba mucho, aunque no quitaba los ojos encima de su nueva compañía. Poco después de partir le había cerrado las heridas y lo había alimentado. Cuidaba de él como una joven madre o como una hermana mayor. Después de todo, al verlo limpio, como los cabellos castaños y claros, pudo distinguir en él un ápice de su fallecida madre. Durante las noches mantenía una vigilia en un mundo de sombras altas y siniestras, en medio de bosques hostiles y marjales infectos.
-¿Adónde vas? - preguntó una vez, el niño, mientras caminaban por praderas de trigo y lomas onduladas al sol crepuscular. En la lontananza se vislumbraban unos picos nevados envueltos en niebla y sopor-.
-Mira hacia allá - respondió la bruja-. En esas montañas vive gente como yo, dedicada a sanear este mundo sombrío. ¿No te parece que el camino ha sido largo; no quieres descansar?-.
-Ambas cosas - dijo el pequeño-. Pero más desearía hablar sobre ti. No eres una niña parlanchina como con las que yo solía jugar antes de que me vendieran-.
La joven rió animadamente.
-¿Niñas parlanchinas? - exclamó-. Qué mal ejemplo has tenido de las mujeres hasta ahora. No todas somos así-.
-Ya lo he notado - contestó el niño-.Eres más silenciosa que un pueblo bajo el sueño. ¿No te gusta hablar?-.
-Prefiero mantenerme en reserva normalmente - le dijo ella-. Eso lo llevo desde mi nacimiento y no creo que lo cambie, por lo menos a voluntad. Hablo solo cuando es preciso y con quién es preciso. Ojalá no te sientas mal por eso. Algún día, no muy lejano sabrás mi nombre.
-Y tú el mío-.
-Amén, entonces - sonrió la joven bruja, y se lanzó a correr pradera abajo con el pequeño niño siguiéndola detrás. Delante de ellos, más allá de un acantilado abierto que daba a una tierra de pilares de piedra erosionada, y más allá de una delgada línea de agua, bajo el amparo del crepúsculo rojo, en la inmensidad del mundo, las montañas se cerraban sobre ellos y abrían sus muros. Una reunión pronto habría de tener lugar en los lugares más altos y olvidados de la vastedad.

Continuará....