Portadas de Leandro para Elfenomeno
24 de Febrero del año 3019 de la Tercera Edad
Cuando llegó el día, el mundo de alrededor tenía un aspecto blando y triste. Lentamente el alba dio paso a una luz gris, difusa y sin sombras. Había una bruma sobre el río, y una niebla blanca cubría la costa; la orilla opuesta no se veía.
Ninguno de ellos había dormido aquella noche. Pero el más despierto de todos había sido Boromir. Mientras los demás se habían acurrucado en las barcas, él había permanecido aparte, resistiendo el frío con sus áridos pensamientos. De vez en cuando lanzaba una mirada furtiva a Frodo, que nadie advertía. Cada vez estaba más convencido de que el Portador del Anillo debía ir con él a Minas Tirith. El Anillo podía ser usado contra el Enemigo, y debía hacerse.
De pronto escuchó un chapoteo. Legolas también lo había oido, pero ni siquiera sus ojos élficos pudieron atravesar aquella niebla. Recordaron la batalla del día anterior, y la sombra que Legolas había derribado. Boromir volvió a mirar a Frodo, recordando sus palabras. Frodo sospechaba qué era aquella sombra, pero no quiso decirlo. De todas formas, se dijo, si este mediano se asustaba de tal manera contra una sombra, ¿cómo podría entrar en la misma Mordor y destruir aquel Anillo? ¿No le vencería el miedo y terminaría entregándole el Anillo al Enemigo?
Pero mientras Aragorn estuviera con ellos, Frodo no querría escuchar a nadie más. Y Aragorn era su Rey, su legítimo Rey que volvía del exilio. ¿Debía también perder a su Rey, dejándole que se adentrara en Mordor con el mediano? ¡No! Boromir comprendió que debía permanecer junto a ellos y llevarles consigo a Minas Tirith, donde podrían utilizar aquel objeto precioso, aquel tesoro, contra Sauron. Y vencerían. Y aún sería posible que Aragorn le cediera el trono, y él, Boromir, sería Senescal y Rey, y gobernaría con mano justa sobre todo Gondor, y Rohan, y toda la Tierra Media. Y en su mano todos contemplarían aquel Anillo que les había dado la victoria. Sí. Si lograba llevarles a Minas Tirith, la victoria sería suya.
Al pensar en Rohan, un extraño pero placentero escalofrío le recorrió la espalda. Sintió como si el gobierno de Rohan estuviera ahora aún más a su alcance. Era extraño, pero lo había sentido así. Poco sospechaba que, en aquel mismo momento, Théodred, hijo de Théoden y heredero de Rohan, se encaminaba a la batalla de los vados del Isen, de donde nunca habría de regresar. Mientras, Boromir seguía sorprendiéndose y embriagándose de aquella sensación de poder, cuyo origen estaba siempre en el Anillo, y en llevarlo a su tierra de origen.
La voz de Sam le sacó de sus ensoñaciones. "No soporto la niebla, pero ésta parece de buena suerte. Ahora quizá podamos irnos sin que esos malditos nos vean". "Sí", pensó Boromir, "ahora podríamos irnos... a Minas Tirith". Pero fue Aragorn quien contestó.