En el último año de la Tercera Edad
Inwë Tasârtir Tinúviel nos envía su relato, que confiamos que os guste.

Nota del autor:

Personajes Principales: Éomer de Rohan, Lothíriel de Dol Amroth, Gandalf el Mago Blanco, y varios personajes conocidos.
Clasificación: A, no tiene cosas que no sean nada del otro mundo.
Categoría: Romance y una pizca de comedia.

Esta fan-fiction es mi primer intento de escribir un cuento corto formalmente.
Claro está, todos los personajes, además del lenguaje sindarín utilizado, pertenecen a J.R.R. Tolkien; esto no es un plagio.

Gracias al sitio de War of the ring, particularmente a los que participan en los foros de lenguajes, por su ayuda con las frases en sindarín expuestas aquí. Yo apenas estoy estudiando las lenguas, así que su ayuda fue de vital importancia. Gracias a todos ellos.

Todos los comentarios son bienvenidos, hasta los jitomatazos (inwetasartirtinuviel@gmail.com).

Declaración: Si Peter Jackson pudo meter elfos a Helm’s Deep, matar a Haldir, dar sólo una probadita de las casas de curación, eliminar olímpicamente a Imrahil, poner la muerte de Saruman y Gríma en Isengard y no en Hobbiton, entre otras cosas, creo que bien puedo especular un poco sobre la historia de algunos personajes de los que no se dijo mucho después de la Guerra del Anillo, en este caso, Éomer de Rohan. Espero este relato les parezca lo suficientemente interesante como para animarme a escribir otros más.



Capítulo 1: La prisionera

“I`ve got a dream about an angel on the beach
And the perfect waves are starting to come
His hair is flying out in ribbons of gold
And his touch, he’s got the power to stun”

Tonight Is what it means to be young - Fire Inc.

Rohan, año 3019 de la tercera Edad. Finales del otoño. Una fría mañana.

Todas las brigadas restantes de hombres de Dunland, antiguos y asérrimos enemigos de los Rohirrim, se dirigen hacia el oeste, ya que están siendo rastreados de cerca por los guerreros a caballo.
Hace dos meses que los están siguiendo, mas los guerreros duneldinos son más hábiles para desaparecer. Vienen regresando del Folde Este, donde crearon gran destrucción antes de la caída de Sauron y todas las razas que lo apoyaban. Los guerreros se detuvieron al borde de un río, ya que llevaban consigo una presa que creían podía representar una especie de seguro de vida o una buena recompensa.

¡Alto! – Gritó Vernum, el líder de la de por sí menguada banda – Debemos descansar un momento aquí, no vaya a ser que la prisionera se nos vaya a morir, ¡es demasiada carga!

Por un momento, un instante, la prisionera atada de manos, envuelta en harapos, llena de lodo, y con una expresión de total ausentismo creyó recordar algo: el río…. El vado del Isen… estaba observando un claro en el que visualizó como en una visión de fantasmas una batalla. Un puñado de guerreros portando el estandarte del cisne y el barco. Y otros con los que se encontraron, llevaban la bandera en verde y dorado, con un caballo en el centro. Su memoria era muy confusa, pero recordaba haber sido defendida por todos ellos, al menos, en los últimos momentos en que su compañía se había encontrado con la batalla. Orcos, hombres salvajes, estos valerosos guerreros guiados por un hombre de majestuosa talla…. Todo era tan confuso. Se llevó la mano a la parte posterior de la cabeza tocando una cicatriz que le recordaba un golpe traicionero. De pronto, recordaba haber despertado en un gran salón oscuro, donde un “Mago Blanco” puso sus manos en su cabeza. Una luz cegadora. Después, se encontró en un campamento lleno de hombres salvajes, los que la llevaban consigo. Lo que la hizo salir de sus pocos recuerdos fue precisamente que ellos estaban diciendo que la llevarían de nuevo ante la Mano Blanca, si es que aún se encontraba en Isengard, a decir de Vernum. “La Mano Blanca”, pensaba ella…ese hombre vestido de blanco que tanto odio le provocaba. Tenía sangre seca en las manos y algunas partes del cuerpo y ropas, pero no tenía herida alguna. Todos estos pensamientos se volcaban como un remolino en su mente, cuando de pronto escuchó ruidos de cascos que se acercaban…. cascos… Recordó el andar lastimoso de un caballo negro herido… negro como parecía que era su larga cabellera debajo de la tierra y la mugre que la cubrían. Este recuerdo le dolía como una herida abierta, pero aún así, no podía recordar quién era el animal ni quién era ella, ni que hacía ahí con esas bestias, lo que la hacía entrar en una desesperación más grande. Al acercarse más las pisadas de los jinetes, los hombres salvajes se preparaban para pelear.

Los jinetes que los seguían fueron más rápidos. Con sus lanzas, arcos, y espadas, fueron acabando con cada uno de sus secuestradores. De pronto sintió que una mano la tomaba por la garganta y la levantaba haciéndole daño y apenas dejándola respirar.

Bien, palomita, parece que es hora de que nos sirvas de algo – Chilló Vernum.

Como pudo, levantó una rodilla golpeando por lo bajo a Vernum, que cayó de rodillas. Un jinete miraba la escena a lo lejos. Ella tomó la espada de Vernum, misma con la que le cortó la cabeza en un instante. Al verse libre, su instinto le indicó que huyera, pero no sabía a dónde. Otro Dunland la atrapó por el brazo.

¡Vas a morir por esto! – le dijo la figura oscura levantando su espada sobre ella.

Por detrás de él, una gran lanza derribó al Dunland en un golpe mortal. Provenía de la persona que observaba la escena. La doncella cayó al suelo, a la vez que se reincorporaba de manera milagrosa, pese a su deplorable estado. Apenas podía respirar. No entendía quien era amigo ni quien enemigo, aunque las armaduras de Rohan le traían recuerdos extraños… y dolorosos.
Otro jinete que estaba frente a ella se bajó de su caballo y se le acercó, pero ella parecía un animal herido que no estaba dispuesto a recibir ayuda. Le propinó un hábil y rápido golpe que lo hizo caer casi noqueado, pero con gran fuerza otro soldado logró asirla por la muñeca e hicieron falta tres Rohirrim más para poder controlar su gran fuerza y habilidad pese a ser más pequeña, no sin antes recibir algunos golpes fuertes por parte de la aparentemente liberada prisionera.

            - ¡Gamelin!, ¿qué pasa ahí?- Se escuchó una voz profunda y fuerte al tiempo que recogía su lanza del cuerpo del secuestrador.
- Una prisionera, señor, podría ser aquella la que buscamos, pero no estamos seguros - repuso el oficial limpiándose la sangre de la boca.

El guerrero miró de soslayo a la prisionera, que más que parecer una mujer, parecía parte del grupo Dunland.

- No lo parece, pero tenemos que llevarla ante el Mago Blanco para que nos ayude a identificarla – dijo él.
- ¡Sí mi señor Éomer! – Repuso Éothain al tiempo que la subían a uno de sus caballos con las manos atadas.

Otra vez el Mago Blanco. Ella quería morirse antes de volver a encontrarse con ese ser maligno.

Dos días a paso veloz durarían antes de llegar a Meduseld. La primera noche, tendieron el campamento a las orillas del Río Adorn, al pie de las Montañas Blancas, a la mitad del camino. En una de las tiendas pusieron a la prisionera, pero tenía que estar amarrada, ya que al primer intento, golpeaba fuertemente a alguno de los soldados. Parecía tener una fuerza superior nacida de quien sabe dónde. Cuando por fin pudieron dejarla lo más cómoda posible, atada a una pequeña cama, los soldados se retiraron dejando una guardia a la entrada.

      - Es una salvaje, mi señor – Le decía Céorl a su superior mientras se retiraba – Tenga cuidado.

Éste esperó a que todo pareciera en paz dentro de la tienda. La pequeña figura se encontraba acostada, parecía dormir. Su rostro se encontraba con una expresión inquieta. La compasión movió el corazón del hombre, y tomando una vasija con agua y un pedazo de tela, comenzó a limpiar la cara de la prisionera. Dormía ella tan profundamente que no se dio cuenta de lo que sucedía. Debajo de tanta mugre, tenía un rostro bello, pero lleno de sufrimiento.

 - Me pregunto como serán tus ojos – susurró él mientras limpiaba tierra y sangre seca de rostro y manos. Y antes de que tuviera tiempo de reaccionar y preguntarse a sí mismo qué rayos le importaban sus ojos, observó que ella temblaba levemente, de modo que la arropó con la cobija que tenía encima.

- Sólo Béma sabrá dónde has estado y lo que has padecido – Y dicho esto se retiró en silencio para no despertarla.

Al día siguiente, casi al anochecer, al llegar al claro que se encuentra debajo de la entrada a la ciudad de Edoras, llegó la compañía a paso apresurado, mientras Gandalf salía rápidamente y se encontraba con ellos. La estaban bajando del caballo cuando se encontraron.

       -¡Rápido, tengo que verla!- apresuró el mago.

Al llegar hacia ella, la miró afligido. Su aspecto era terrible, sus ojos perdidos, desorbitados y llenos de furia al no saber entre quienes se encontraba. La prisionera al ver a aquel viejo hombre vestido de blanco, creyó que se trataba de Saruman. Hizo un esfuerzo superior y logró soltar sus ligaduras, atajando una espada de uno de sus captores, y se lanzó con un fuerte gruñido hacia Gandalf dispuesta a matarlo. En ese momento, Éomer se interpuso con su espada sobre la agresora. Ésta, con una extraordinaria destreza, casi de felino, logró defenderse y atacar a su oponente ferozmente. Pelearon por unos minutos, pero pareciera que estaban peleando dos guerreros de la misma talla en lugar de un hombre alto y una mujer de menor estatura.

De pronto, Shadowfax asomó por entre el grupo de guerreros y reparó relinchando tan fuerte que los dos contendientes pararon en seco. Por un instante la pequeña dama creyó reconocer al majestuoso animal, pero inmediatamente se volvió hacia Éomer propinándole un fuerte rasguño en la mejilla derecha. Éste, sangrando del rostro, reaccionó furioso, empujándola hacia atrás en un reflejo típico de quien está entrenado para matar, haciéndola caer, y en el momento que ella se reincorporaba rápidamente para volver a atacar, Gandalf le asestó un golpe en la frente con el báculo del Mago Blanco, haciéndola caer de nuevo, esta vez, sin conocimiento. Inmediatamente se arrodilló junto a ella, y Éomer la levantó gentilmente por la espalda en sus brazos, descubriendo su rostro que parecía sumamente aturdido. El mago tomó su mano, tocó su frente, y acto seguido la bajó hacia el cuello, retirando los tiesos cabellos. Del lado derecho, encontró entre la mugre una especie de lunar en forma de ave.

-¡Es ella! - exclamó. Al volver a tocar su frente, recitó en voz baja cosas ininteligibles para los hombres, alguna especie de conjuro sanador. De pronto la delgada figura empezó a cambiar, recobrando algo de la belleza que portaba anteriormente, pero no parecía reaccionar.
- Está siendo inútil, esta niña recibió uno de los hechizos más fuertes de Saruman. El hechizo de la desesperanza.
- Este hechizo…- dijo Eómer con voz  apagada – ¿es como el que mantuvo inutilizado al Rey     Théoden?
- No, es aún peor, es como si le hubieran sacado el alma del cuerpo, es más parecido al hálito negro del Rey Brujo…Sólo algún familiar o un ser muy querido pueden ayudarme a devolverla… pero no está aquí ninguna persona cercana con quien ella tenga lazo afectivo además de mí que la haga salir de las sombras. Tiene que ser algo más fuerte - Decía el mago agobiado. – Pronto, tenemos que enfocar nuestros sentimientos en esta niña. Formen un círculo aquí, alrededor.

Todos los guerreros presentes se acercaron concentrando sus pensamientos en la pequeña dama.

      - ¡Más fuerte, más fuerte, su alma se desvanece! – inquirió Gandalf apremiante mientras seguìa invocando un conjuro sanador.

Instintivamente, con un gesto de protección que sólo habían visto expresar por su hermana, Éomer abrazó a la muchacha, acariciando su rostro y sus cabellos. En ese instante, la mano de ella apretó la de Gandalf, al tiempo que sus ojos parecían querer abrirse.

      - Me gustaría hacer algo más por ti, mi dama - susurró el joven rey con preocupación y ternura.
- Éomer, parece responder a tu voz, trata más fuerte…Vamos pequeña… vamos, ¡tú puedes salir!... más fuerte todos, necesito sus pensamientos y sentimientos con ella. ¡VAMOS! ¡MÁS FUERTE! ¡MÁS! ¡MÁS!

Como llevado por la desesperación y la emotividad del momento, Éomer besó en los labios a la doncella, al tiempo que una luz parecía destellar entre ellos y la sombra de su rostro desaparecía por completo. Todos los presentes se quedaron atónitos e incrédulos.  Ella comenzó a parpadear, como despertando súbitamente de un sueño, y se vio envuelta en los brazos de un hombre que no conocía… y que la estaba besando. Al apartarse un poco, miró fijamente al joven guerrero, con los grandes ojos grises más abiertos que nunca.

    - Quién... ¿Quién… eres tú? expresó la dama débil pero asustada. Tocó la herida en la mejilla de Éomer y de pronto al girar la cabeza hacia su derecha, Gandalf sostenía aún su mano derecha con expresión de inmensa alegría, y de sorpresa al ver lo que Éomer había logrado.

- Lothíriel – le dijo el mago cariñosamente.
- Mithrandir… viejo amigo, qué…gusto verte…

La pequeña dama se desvaneció de nuevo. Éomer la abrazó asustado, llamándola apremiante. Gandalf tocó su frente, sus manos y apresuró  - Está bien, esta niña tiene que guardar reposo, pues sus penas han sido muchas en nueve meses.


Capítulo 2: Los rivales

“Lucha de gigantes convierte,
el aire en gas natural
un duelo salvaje advierte,
lo cerca que ando de entrar
En un mundo descomunal
siento mi fragilidad.”

Lucha de gigantes – Nacha Pop


Al despertar, el mago se encontraba sentado al lado del lecho de la dama, esperando despertara de un momento a otro. Ella abrió los ojos, y como si creyera que todo había sido un sueño, se llevó la mano a los labios recordando aquel beso que le salvó la vida…aún podía sentirlo. Gandalf la observaba y le dijo con una sonrisa:
     - No, no fue un sueño, pequeña.
     - ¡Mithandir! Volteó hacia él despacio, ya que todo le daba vueltas. ¿Qué es este lugar? Tú… ¡estás vestido de blanco! Y su mente se revolvía provocándole un dolor punzante en la cabeza.
     - Calma, calma. Estamos en las habitaciones del Salón de Oro, en Edoras.
     - ¡¿ Edoras?!... ¿cuánto tiempo ha pasado?

El mago narró todo lo que sabía a la princesa, incluyendo la razón por la que ahora él era Gandalf el Blanco. Ella escuchó atentamente todo el largo relato y se entristeció mucho por las muertes acaecidas durante la guerra del Anillo.

- …Y bien, ahora estamos en la casa del ahora Rey Éomer de Rohan.
- ¿Y esta habitación….?
- Es la antigua habitación de la Dama Éowyn, ahora esposa de tu primo Faramir.
- ¿Faramir qué? … Boromir… Tío Denethor….  - agachó la cabeza tristemente - Tego le i Melian le na mar (que los Valar guíen sus almas hacia la luz)…Esta habitación…es hermosa… Me siento tan mal viejo amigo, ¿Por qué tengo esta sensación de culpa?
- Porque estuviste bajo un conjuro en el que no tuviste plena conciencia de ti misma, y seguramente en alguna ocasión no debes haber distinguido a los amigos de los enemigos, como te sucedió al llegar aquí. Ya estoy investigando al respecto.
- Melkor nauta (lazos de Melkor)… todo lo alcanzan hasta ahora.  – Y comenzaba a llorar.
- Calma, calma, niña, todas las heridas sanarán… con el tiempo… tiempo y reposo es lo que debes tener para recuperar fuerzas. Tu padre ha sido notificado y apenas termine algunos asuntos en Dol Amroth, vendrá en tu busca. Lo hemos estado haciendo desde hace mucho, y mucha gente se ha movilizado.
- ¿Quienes?
- De principio todo Gondor, guiados por el Rey Elessar y tus hermanos.
- ¿Aragorn?
- Si, y también aquí en Rohan, donde te encontramos; y también la gente de Rivendell y Lórien. Yo me encontraba arreglando algunos asuntos en el Bosque Viejo y fui llamado para colaborar en tu búsqueda. En resumen, tal pareciera que toda la Tierra Media estuviese pendiente de encontrarte.
- Me siento mal por causar tantas penas viejo amigo. Ada…mis hermanos, ansío verlos.
- Ya hemos avisado a todos, y al menos Amrothos está en camino. Tu padre regresará en cuanto termine su campaña de limpia de los corsarios de Umbar. No te preocupes, todos estamos contentos de que estés sana y salva.
- Sana y salva…gracias a ti…
- Y Éomer.
- ¿El Rey? Él fue quien….
- Si… y si no fuera por eso, mi niña, no estaríamos platicando aquí. Él ha estado muy al pendiente de tí, de saber como has evolucionado.
- Oh… - replicó ruborizada.

La muchacha sentía tantas emociones encontradas: sentía agradecimiento, emoción, pena… y algo más; el miedo de la incertidumbre, de no tener memoria de lo que le había sucedido.

Pasados los días, la princesa se sintió mejor, y una mañana salió de sus habitaciones. Trataba de buscar una salida para tomar el aire fresco, pero al no encontrar la salida de las habitaciones que parecían un pequeño laberinto, comenzó a correr con algo de desesperación cuando…

¡Thuf!
- ¡Oh!, perdón…

Volteó hacia arriba para ver con quien había tenido el choque, y quién la había sujetado por los brazos hábilmente para que no cayera de espaldas. Alzó la mirada y se encontró con una mirada profunda de ojos verde olivo, un rostro perfectamente bronceado y masculino, y unos labios… esos labios que la hicieron recordar…
- ¿Se encuentra bien, mi dama?
- Yo… lo siento, es que no encontraba la salida...
- Veo que ya se encuentra mejor…
- Si, gracias – replicó nerviosamente. No se atrevía siquiera a sostenerle la mirada al joven rey.

Era la segunda vez que se encontraba súbitamente en sus brazos. Él parecía también un poco nervioso. Se produjo un breve silencio que les pareció eterno hasta que Éomer reaccionó tratando de disimular el embelesamiento para ofrecerle su brazo.

- Si me acepta como guía la llevaré fuera del palacio para disfrutar del paisaje de nuestra tierra y que la naturaleza alegre vuestro espíritu.
- Gra… gracias – terminó ella tímidamente sin saber que más decir.  - ¿he sido yo la culpable de eso?– dijo señalando la mejilla de él.
- Si, pero no es nada. Sanará pronto.
- Le debo una disculpa. No estaba consciente de mí.
- Entiendo.  – replicó él cortésmente.

Lothíriel estaba más apenada que nunca. Juntos, pasearon  por los alrededores del palacio, observando la maravilla de la naturaleza ante ellos Edoras era, sin duda, uno de los lugares más bellos que conocía. Ella permanecía en silencio,  sin poder quitarse de encima la idea de lo que le habrá pasado en todo este tiempo…. La atormentaba… no sabía siquiera donde había estado, que había hecho, o… que le habían hecho a ella…  y a la vez…. Estar junto a aquel hombre que la salvó… y de qué manera, y él, no tenía la menor idea de cómo tratarla… la miraba ahí, tan frágil, tan triste, tan hermosa; su piel de alabastro, su cabello rizado, negro como la noche ondeaba al viento y esos enorme ojos grises... “Grises”, pensaba él recordando la duda que tenía la noche que la encontraron. Le recordó mucho a su hermana en los tiempos oscuros de Gríma. El cortejo no era algo con lo que él estuviera familiarizado; su vida de militar y de servicio al reino lo mantuvo alejado de las cortes y las ceremonias… y el trato con las pocas mujeres que llegó a tener era distinto. Ella era la hija de su buen amigo Imrahil de Dol Amroth, quien le salvó la vida en la batalla de Pelennor. Seguramente una dama de las grandes cortes de Gondor.

Pasaron los días, y Lothíriel se sintió con ánimos de estar entre los majestuosos Mearas, con quienes entabló gran entendimiento… Los encargados de los establos, los oficiales y entrenadores le festejaban la gran obediencia y agrado con el que los magníficos animales trataban a la dama y de la gran habilidad y cariño con la que ella es correspondía; era una natural en ello, no cabía duda. El rey no pasaba mucho tiempo en la ciudad propiamente, si no que continuaban asegurando los caminos, estrechando las  relaciones comerciales y diplomáticas con los reinos vecinos de Gondor y el norte, luchando con lo que quedaba de los guerreros de Dunland que tanto los odiaban, y las bandadas de Orcos que rondaban aún por ahí, dispersas, sin líderes, sobreviviendo como podían. Además, tenían ya el invierno encima y debían repartir lo que habían conseguido de provisiones entre la gente. Gondor e Ithilien respaldaron a Rohan sin titubear, y viceversa cuando terminó la guerra. En verdad el trabajo de un rey era difícil, pero Éomer lo hacía con gran entrega, como aprendió de su tío. Ser un buen rey no era ser bien atendido, si no servir bien a su gente.

Una tarde, regresaba de un patrullaje que afortunadamente para él, lo alejaba un poco de las rutinarias labores reales. El campo, los caballos y los espacios abiertos era lo que él más amaba. Al entrar a los establos, se detuvo al ver a Lothíriel acariciando a Hasufel, el caballo que el rey Elessar le devolvió a Éomer después de la guerra del Anillo. Se le venían a la mente como destellos, imágenes donde estaba ella envuelta en batallas, imágenes terribles de matanzas de gente de cabellos de oro, gente de Rohan, ahora podía verlo; eran campesinos probablemente. Ya no quería pensar más. Lloraba calladamente, pero no sin que él lo notara.

- Aníron gwanna (Desearía poder irme) – susurraba ella.

- ¿Mi dama?

Ella brincó al escuchar la voz de Éomer, golpeando una de sus manos contra la puerta de la cuadrilla. Se enjugó las lágrimas lo más rápido que pudo con la otra.

- Perdón, no lo escuché llegar.
- ¿Qué pasa? ¿Se siente mal? ¿Qué puedo hacer por usted?

Lothíriel no sabia que decir, pero instintivamente reaccionó a la defensiva. Lo miró con aquella altivez que la caracterizaba cuando no quería mostrar emoción alguna.

- Nada,  Estoy bien.
- No lo parece.
- Prefiero que me hable de tú si no le importa. – dijo ella tratando de desviar la conversación.
- Está bien, pero a cambio pido lo mismo.
- Es difícil hablarle de tú a un rey – dijo ella alzando una ceja en tono sarcástico.
- Mi nombre es Éomer, si eso te facilita las cosas.  – Estaba un poco extrañado del tono que ella tomaba. Miró la mano de la princesa, que comenzaba a hincharse, pero ella no hacía ni un gesto de dolor, lo que lo intrigó más. Tomó la mano golpeada, y empezó a darle un pequeño masaje para aliviar el dolor. Esto tomó por sorpresa a la dama, que no sabía cómo reaccionar. El tacto de aquellas manos la estaba alterando.
- Estoy bien – dijo ella en tono impaciente, retirando la mano.
- Como gustes.  – dijo él ya un poco desesperado con su actitud defensiva. 
- Mi lo…Éomer, quiero hacerte una solicitud.
- Adelante. – Dijo él secamente, cruzándose de brazos.
- He escuchado que se preparan para un festival a la llegada de la primavera, con juegos, y demostraciones de entrenamiento de los caballos.
- Si. Se hacía muchos años atrás, como medio de comercio y relaciones con los otros pueblos. Este próximo año esperamos poder recuperarnos económicamente de tantas pérdidas.
- Bien, pues quiero participar. No deseo estar aquí sin hacer nada, inútil.
- Requiere de mucha habilidad y conocimiento tanto de caballos como de armas - Comentó el rey un poco incrédulo.
- No tengo problema con ello – respondió Lothíriel desafiante, señalando la ahora cicatriz en la mejilla derecha de él.  – No creas que por usar un vestido no puedo salir victoriosa.
- Tú eres una mujer de la costa, me pregunto si no es mayor tu habilidad en la navegación que la ecuestre.
- No en realidad. Además, creo recordar que también existen caballos en mi tierra.  – respondió ella utilizando de nuevo ese tono sarcástico y molesto.
- Muchos de ellos descienden de nuestros ejemplares, por cierto. Está bien, ordenaré que se te facilite todo lo necesario.  – respondió él de igual manera.
- Gracias, Rey Éomer.  – finalizó ella en una reverencia de despedida.

El rey hizo una respetuosa reverencia y se marchó en silencio. ¿Cómo podía una dama tan pequeña y aparentemente delicada entrar a los juegos? ¡Con aquella altivez y orgullo con el que le hablaba! Era irritante. Pareciera impenetrable, intrigante. Le provocaba una curiosidad irresistible. ¡Qué valor de mujer al correrlo a él de sus propios establos reales!; no sabía si reír o molestarse con ella.