Sueños de amor nunca cumplidos
CAPÍTULO 4
Un cuerpecito menudo y extraño se acercaba al Nâzgul por detrás con una daga. Se parecía sospechosamente a la figura del Periannath que Mithrandir había traído a la ciudad pocos días antes, pero no podía ser él mismo. ¿Quién sería?
“Dejemos los misterios para luego”, pensó. “Lo primero es lo primero. Tengo que pedir ayuda”.
Salió corriendo de allí, gritando:
-¡Ayuda para el Rey de Rohan! ¡Socorro!
De pronto, se paró en seco, porque escuchó algo como un grito espeluznante y se quedó clavada en el sitio. Se dio la vuelta, horrorizada, y se dio cuenta de lo que había sucedido. La dama había matado al Espectro y se había desvanecido.
Airabeth tenía muchísimo miedo y nadie escuchaba sus gritos de auxilio.
“Creo que ya entiendo porque mi padre nunca me permitió ir con él a la batalla”, se lamentó. “Seguramente, le hubiera hecho más mal que bien”.
No pudo evitar quedarse quieta mientras veía a los Jinetes de Rohan llegar hasta allí y lamentarse, porque Théoden había muerto al fin y grande era aquella pérdida para los suyos. Airabeth se dio cuenta de que, por segunda vez en aquel día, las lágrimas le brotaban ardientes de los ojos azules. Y durante un rato, lloró por no haber podido ayudar a Éowyn, que al parecer también había caído, y al Señor de Rohan.
Y entonces, oyó gritos de terror y se giró y sus esperanzas decayeron de nuevo, porque llegaban por el río las naves cargadas de enemigos de Mordor. Todos estaban desolados y no muchos intentaron huir.