Sueños de amor nunca cumplidos

Nuestra amiga Abigail nos envia un relato en el cual nos cuenta la historia de Airabeth, una joven gondoriana que se ve inmersa en la defensa de Minas Tirith durante la Guerra del Anillo

CAPÍTULO 3
 
Así, Airabeth recibió la primera herida que le hicieron en la guerra, pero por ventura, ésta no era muy profunda ni grave y no fue para ella ningún impedimento. Por lo tanto, levantó la mirada hacia los Rohirrim que acababan de llegar y renacieron sus esperanzas. Pensó que tal vez no estuviera todo perdido y que podía haber una ligera posibilidad de victoria. Tal vez las palabras de su padre llegaran a cumplirse. Tal vez… algún día no muy lejano.

De pronto, se dio cuento de que, muy cerca de ella, había un Nâzgul. Se quedó de piedra. No podía moverse, no podía pensar, nunca había sentido mayor miedo. Pero entonces se dio cuenta de que el Espectro no había reparado en ella y descubrió, con horror, que bajo su atenta mirada, Théoden de Rohan yacía aprisionado por su propio caballo, casi desvanecido.

¿Qué podía hacer? “Tengo que actuar”, se dijo. “¿Pero cómo”. Algo en su interior le decía que tenía que atacar al Jinete Negro, pero el valor le falló entonces. Pensó que jamás podría enfrentarse a los Nâzgul y se odió por ello. Sabía que si no hacía algo pronto, el recuerdo de la muerte de Théoden la perseguiría durante toda su vida, fuera ésta larga o breve, haciéndola sentirse la única culpable.

Y fue entonces cuando, como surgido de la tierra, apareció un joven Hombre de Rohan entre su Rey y el Espectro. Airabeth escuchó anonadada su desafío y contempló la lucha que allí se libró. Justo en ese instante, el yelmo del caballero cayó y la joven ahogó un grito. Lo que sus ojos veían no era un hombre, sino una hermosa mujer de cabellos como el oro y ojos grises, que se reía en la cara del Jinete Alado. Dijo llamarse Éowyn y ordenó a su adversario que se apartara del caído.

Fue entonces cuando Airabeth lo vio todo claro. No podía quedarse quieta observando la muerte de tan valerosa joven. Eso era lo que había estado haciendo durante sus veinte años de vida sobre la Tierra Media, observar a quienes perecían sin hacer nada por ayudarlos y no estaba dispuesta a permitirlo ni una vez más. Con un esfuerzo supremo, se agachó para recoger su espada.

Y entonces, lo vio.


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