Portadas de Leandro para Elfenomeno
7 de Agosto del año 3018 de la Tercera Edad
El camino que conduce desde Moria a Lorien no había estado nunca tan transitado. Los enfrentamientos entre los orcos y los elfos se habían vuelto más frecuentes (y violentos). Sin embargo, desde hacía dos días ambos ejércitos habían pasado a ocuparse de otro objetivo. Curiosamente, aquel objetivo era el mismo tanto para los elfos como para los orcos.
El pobre Skrarf se estaba quedando dormido apoyado sobre su lanza. Sabía que se metería en problemas mucho más graves si el jefe Bukrafha le pillaba durmiendo en su puesto de guardia, pero no podía remediarlo. Skrarf había dormido muy poco esa última semana, en el campamento. Y el último día había sido espantoso. Los elfos habían atacado por sorpresa y habían aniquilado a casi todo el batallón. A Skrarf sólo le había salvado su cobardía, pues mientras los demás se levantaban para combatir, él se quedó tendido en el suelo, haciéndose el muerto. Y cuando los elfos comenzaron la persecución de los pocos que lograron huir, él se introdujo en una pequeña cueva, arrastrándose. No durmió en toda la noche, y muchas horas después de que todo se hubo calmado, se atrevió a salir y volver a las minas.
El jefe Bukrafha no sabía qué hacer con él. La cobardía de Skrarf era algo conocido por todos (y el objeto de burla de todos sus antiguos compañeros). No podía mandarlo al frente, pero tampoco lo quería cerca. La solución fue asignarle un puesto de guardia en la puerta este. Los elfos nunca se atreverían a llegar hasta allí, y así podría ocupar a los valiosos orcos de la guardia en el rastreo del pequeño ser que nadie conseguía encontrar.
Aquel pequeño ser no era otro que Gollum, quien ahora acechaba a Skrarf desde unos matorrales. Gollum no había comido más que carroña desde que se liberó de la vigilancia de los elfos. Pero ahora tenía ante sí a un pequeño orco, medio dormido. La idea de comer otra vez carne fresca de orco joven le hizo decidirse. Una hora más tarde, Gollum saboreaba feliz un buen trozo de carne. Aquel pequeño y buen orco custodiaba una puerta por la que Gollum se había adentrado, arrastrando el cuerpo inanimado de Skrarf. Cuando más contento estaba Gollum saciando su apetito, la voz de alarma recorrió toda la caverna: el guardia había desaparecido. Gollum comprendió, y se escabulló por esa misma caverna, pasillo abajo. Aquello le recordó otros tiempos muy felices, en otra cueva, mucho más al norte. Podría quedarse allí, sí. Podría vivir allí comiendo buenos orcos y huyendo de los malos. Allí no había elfos malvados con cuerdas que queman.
Sólo le faltaba su Tesoro. ¿Volvería a verlo algún día? De pronto sonrió: algo le decía que sí volvería a verlo. En aquellas cuevas había algo...