Casado con: Ágeda
Otros nombres: Aegidius Draconarius
Objetos: Caudimordax
Aegidius de Hammo - Forma semi-abreviada del nombre completo de Egidio (que es la forma completamente contraída): Aegidius Ahenobarbus Julius Agricola de Hammo.
Aegidius Draconarius - El nombre que adoptó Egidio cuando fue coronado. El pueblo le conoció como el Buen Egidio del Dragón.
Egidio- El protagonista de la aventura. No sabemos mucho acerca de él: era una persona rolliza, con barba roja y de carácter lento. Era de carácter conservador: su mayor preocupación era mantener las cosas como estaban, y sólo se preocupaba por sus propios asuntos.
Egidio era un granjero más o menos normal, hasta que un día entró en sus tierras un enorme (y extraviado) gigante que había causado grandes destrozos en el país. Armado con su trabuco, se le disparó el arma involuntariamente y acertó al gigante (que no le había llegado a ver) en la cara. Éste simplemente creyó que por aquel lugar había mosquitos enormes, y se marchó de vuelta a su casa. La noticia, por supuesto, se difundió rápidamente por todo el Reino Medio hasta que llegó a oídos del Rey, quien envió a Egidio una carta de agradecimiento y una vieja (pero importante) espada, de nombre Tajarrabos.
Egidio recobró su tranquila vida hasta que el gigante que había echado difundió entre sus congéneres (e indirectamente, a los dragones) que ya no existían los antiguos y temidos caballeros. Esto interesó a un importante y rico dragón, Crisófilax Dives, quien no tardó en marchar hacia allí a la búsqueda de algún botín interesante.
El dragón causó muchos destrozos ante la cobarde pasividad de los caballeros del Rey. Ante esto, el pueblo de Ham presionó a Egidio para que les defendiese contra la bestia, y tras conseguir una pobre cota de malla no pudo poner excusas y marchó por el dragón. Se lo encontró inesperadamente, pero consiguió dañarle un ala e impedirle así el vuelo; Egidio persiguió al dragón hasta que éste cayó exhausto en el mismo Ham, y los granjeros (que vieron la posibilidad de sacar provecho a la situación) le obligaron a prometer que volvería en ocho días con todas sus riquezas. Por supuesto, el dragón no volvió, y Egidio y todos los caballeros del Reino Medio fueron llamados por el Rey para ir en su busca. Tras cuatro días de viaje llegaron a las cercanías de la cueva de Crisófilax, pero el dragón (que estaba sobre aviso porque los caballeros iban despreocupados y cantando) los atacó y dispersó a todos, excepto a Egidio, cuya mula no podía marchar con rapidez. El granjero llevaba la espada al frente, y por el impulso que llevaba el dragón poco faltó para que lo atravesase: Crisófilax tuvo que obedecer a Egidio, quien le ordenó que le guiase a su cubil. El granjero ató una buena parte de las riquezas de Crisófilax al propio dragón para que las transportase hasta Ham, y Egidio, previendo los problemas que podrían surgirle a causa de su prisionero y su tesoro contrató en un pueblo a doce jóvenes como ayudantes personales.
Cuando hubo pasado un tiempo sin que hubiese noticias de Egidio, el Rey comprendió que no tenía intención de devolverle parte alguna del tesoro y marchó a Ham para apresarlo. Pero para su desgracia el dragón estaba siendo espléndidamente mantenido por el pueblo, y Crisófilax salió en defensa de Egidio. El Rey no pudo hacer nada para cambiar el estado de cosas, y Egidio se convirtió en el héroe nacional. Egidio fue aceptado en toda la región como señor, y cuando cogió la suficiente confianza se dio su primer título a sí mismo: Dominus de Domito Serpente (Señor del Reptil Domado). Poco después cambió el título de Señor por el de Conde, y sólo siguó pagando a Augustus un tributo simbólico (seis rabos de buey y una jarra de cerveza, que debía entregar el día de San Nicolás, aniversario de la Batalla del Puente de Ham) hasta que tras unos pocos años fue nombrado Príncipe Julius Aegidius. Se hizo construir un gran palacio y bajo su mando tuvo numerosos hombres de armas: por fin, cuando estuvo ya seguro en el trono, dio la libertad a Crisófilax. Éste pudo volver a su cueva, donde siguió viviendo con el todavía cuantioso dinero que le había quedado.