Año 467 de la Primera Edad: el canto de Lúthien llega a las Estancias de Mandos

Tras ver morir a Beren ante Hírilorn, el espíritu de Lúthien abandona su cuerpo, cruza las sombras hasta el Salón de Mandos y entona un lamento que reúne el dolor de Elfos y Hombres; en Doriath, Thingol queda sumido en un amargo invierno de silencio mientras Melian adivina que el destino aún no ha dicho la última palabra.
El Lamento de Lúthien

Bosque de Neldoreth — Crónica tomada a la luz de la mañana

Beren Camlost fue conducido de vuelta a Menegroth sobre una litera de ramas; Huan yacía a su lado, y la procesión avanzó bajo las antorchas hasta el pie de Hírilorn, la gran haya. Cuando Lúthien vio el rostro amado —pálido ya, los labios inmóviles— lo besó y susurró que lo buscaría «más allá del Mar Occidental». Él la miró una última vez; la luz de las estrellas vaciló y su espíritu partió.

Entonces Lúthien permaneció quieta, como flor arrancada que aún no se marchita; las fuerzas la abandonaron y su cuerpo quedó tendido sobre la hierba blanquecina. Aquella misma noche el dolor cayó sobre Doriath como una helada temprana: los ruiseñores callaron y todo canto cesó. El propio Thingol vagaba sin palabras por los pasillos tallados; se dice que quienes lo veían sentían el aliento gélido de un invierno que no era de estación, y sus cabellos se tornaron blancos como escarcha, y caminaba encorvado como un anciano de los Edain que espera su muerte.

Lo que ocurrió entonces sólo lo conocemos por las lágrimas que aún velan la voz de Melian cuando canta con su dolor. Cuenta que el espíritu de Tinúviel llegó a las Estancias de Mandos, donde los Eldar aguardan en penumbra, y que allí, entre sombras que sólo los Eldar conocen, se arrodilló ante el Vala y entonó una canción tan honda que incluso las sombras parecieron escuchar. En ella se trenzaban la nostalgia de los Primeros Nacidos y la mortal congoja de los Hombres: lágrimas resbalaron sobre la fría losa y Mandos —a quien nunca antes conmoviera ruego alguno— llamó entonces a Beren desde la orilla donde los espíritus mortales toman el camino del Oeste definitivo, mientras Manwë escrutaba en su voz interior, buscando la voluntad de Eru Ilúvatar.

En Doriath la escarcha matinal permanece sobre las hojas aunque soplen vientos de primavera. Thingol vela mudo bajo Hírilorn; Melian aparta ya la mirada, pues ciertamente conoce que el destino aún le depara un mar de lágrimas eternas de alegría y dolor.