Cuando, en nuestro afán por descubrir las claves de la creación, intentamos descifrar los pensamientos, los sueños de los artistas, nos encontramos con toda su grandeza, y....con toda su miseria. De todos es sabido que el artista con genio es enemigo natural de la forma. La forma le encorseta, le limita, le obliga a lo que no quiere. Todo creador es un verdadero dinamitador de la forma. Tolkien no es una excepción. Cuando nos adentramos en su genialidad nos damos cuenta de su dolor, de su rebelión ante la norma establecida. La preparación de los clímax, la búsqueda de artificios espectaculares, el control sobre las líneas discursivas, en definitiva, el perfecto planteamiento formal es toda una "delicatessen" en Tolkien, pero no encontramos aquí a su corazón. ¿Dónde?. Es en los remansos, en los claros, cuando el tiempo se elonga. Ahí descansa el verdadero Tolkien, el que atraviesa nuestros sentimientos. Si Maggot tranquiliza a un Frodo presa de sus profundos y ancestrales miedos, si Sam llora por su amigo y hermano presuntamente muerto, si aparece un viejo bonachón llamado Tom Bombadil que les libera de todo el peso de la responsabilidad, si eso ocurre en medio del fragor de la batalla, es que Tolkien intenta mostrarnos su verdadero mundo interior.
Tom es el corazón, la idea moral del propio Tolkien. El misterio no es baladí, ni gratuito. Cualquier intento por demostrar su verdadera naturaleza es tarea imposible. El propio Tolkien se encargó de ello con verdadera pasión. Si encontramos razones para pensar que el viejo Tom es un elfo, Tolkien nos dejará cien razones para que desechemos la idea. Si Tom es un Maia, o un Valar, jamás lo aseguraremos. La tela está muy bien tejida. Y cuando los argumentos fallan (¿podría ser Tom el propio Eru?) es la palabra sagrada, la pluma del autor la que se encarga, sin argumentaciones (no le hacen falta), de defenestrar la osada ocurrencia.
Pero Tolkien se empeña, alcanzando aparentes incongruencias, en obviar el origen de Tom. Su intento es presentarlo como un ser alejado, totalmente amoral, por encima de todas las cosas. Frente a toda una serie de personajes ilustres que deambulan por los paisajes de la Tierra Media, que se presentan hasta ridículos (en el fondo Tolkien quizás lo piense así) por sus ansias de poder y control, de orgullo personal y de raza, de altivez evidente, surge este dinamitador del estado de cosas para decirnos que hay elementos más importantes, que la contemplación, el conocimiento de las cosas es la verdadera libertad, el fin de cualquier atadura. Tom está por encima de todo, nada le retiene, su pasión por la vida es su dedicación, toda una lección a los elementos que Tolkien mueve por delante de nosotros. La lección final de las razas "humildes" a las razas "aristocráticas" es también de grado histórico. Por ello Tom es un elemento anómalo frente a los acontecimientos que se narran. Por ello el Anillo Único es pura baratija, bisutería de la peor calaña. Ni tiene poder, ni efecto, ni dominación, ni tentación. A Tom sólo le produce risa, una risa sana, y desde luego muy sincera. ¿Qué le falta al espíritu puro, a ese superhombre casi Nietzschiano?. Nada. El mal ronda por todos los espíritus, ya sean elfos, hombres, dioses. El Anillo les tienta, se aprovecha de ellos, vive de sus miedos, pues no son libres, son esclavos de su propia e histórica alienación.
Ay, y el pobre Sauron. El pobre Sauron teme, desea, es esclavo del propio Anillo, de parte de su propio ser. La rabia, el deseo le corroe, el Anillo le hace más débil de lo que supone. Realmente es su perdición, y sin embargo cree dominarlo. Sauron es uno más en la carrera por el tesoro. Y yo me río. ¿Es ese el verdadero Señor de los Anillos?. Jamás. El Señor de los Anillos es..........otro............
Su chaqueta era azul brillante y sus botas eran amarillas,
verde era su cinturón y sus pantalones todos de cuero;
y en lo alto llevaba puesta una pluma de cisne.
Vivía bajo la colina, donde el sauce llorón
corría desde el manantial hacia el valle arbolado.
recogiendo las hierbas frescas, persiguiendo las sombras,
haciendo cosquillas a los abejorros que zumbaban por las flores,
sentándose en la orilla durante horas y más horas.
llegaba Baya de Oro, la hija del río;
tiraba del pelo colgante de Tom. En él iba a revolcarse
bajo los lirios de agua, burbujeando y tragando.