Año 503 de la Primera Edad: Dior recibe el Nauglamír y concluye la historia de Beren y Lúthien
Menegroth, Año 503 de la Primera Edad
La gran sala de las Mil Columnas guardaba silencio cuando el mensajero verde —empapado por el viaje desde Tol Galen— presentó un cofre de abedul tachonado de plata. Al alzarse la tapa, el canturreo del Silmaril inundó el aire: el Nauglamír, forjado antaño por los artesanos de Nogrod y ahora limado por las manos de Beren, descansaba sobre un paño gris. Dior Eluchíl, primogénito de los Medio Elfos, fijó la vista en el cristal incandescente y supo que los corazones de su padre y su madre ya no latían en los campos de Ossiriand.
“No traemos palabras, sólo luz”, murmuró el Laiquendi, cuyas botas aún goteaban el barro rojo del Ascar. A un lado, la Dama Nimloth posó ambas manos sobre su vientre —en pocos meses nacerá Elwing—, mientras los canteros que reparan los corredores de Menegroth inclinaron la cabeza. Desde que los Enanos de Nogrod mataron a Thingol y saquearon el tesoro, la corte vive entre andamios y braseros: las antorchas temblaron cuando el Silmaril brilló, devolviendo a las galerías un resplandor que muchos creían perdido.
Las crónicas discrepan sobre cómo la joya emprendió este último viaje. Los relatos del mensajero Laiquendi, transmitidos en voz baja durante la segunda vigilia, evocan la batalla del vado de Sarn Athrad. Allí —dice— Beren, Dior y un puñado de Sindar tendieron emboscada a la hueste enana que huía con el botín. Algunos añaden que los propios árboles se alzaron contra los hijos de Aulë. Mientras, en los Anales Grises se recoge que fue la propia Melian quien, al ver a Thingol tendido sin vida en Menegroth, huyó con el Nauglamír hasta Tol Galen, se lo entregó a Beren y abandonó la Tierra Media rumbo a Valinor. Ambas tradiciones convergen en un punto: Beren entregó la joya a Lúthien y, bajo su luz, Tol Galen se volvió “tan clara como Valinor”, y jamás se contempló ni se contemplará belleza semejante en la Tierra Media.
A la hora nona, Dior cerró el cofre y lo alzó a la altura del pecho. “Mi madre nos ha dejado la luz; que no caiga otra vez en manos sanguinarias”, dijo, según relata un joven escriba que presenció la escena. El nuevo Señor de Doriath ordenó que se enciendan lámparas verdes a lo largo del Pasadizo Oeste y mandó heraldos a Brethil y a Himring: el reino de Thingol renace bajo una estrella heredada. Pero un viejo guardia susurra en la armería: “Donde brilla el Silmaril, los hijos de Fëanor escuchan”.
Con todo, la llegada de la joya sella la historia más gloriosa de la Primera Edad. Beren y Lúthien, unidos más allá de la muerte y de los límites destinados a sus dos pueblos, han abandonado este escenario en un destino vedado a los cronistas. A nosotros nos queda su canción, la más bella historia de amor y valentía que resonará mientras la Tierra Media tenga memoria.