Año 473 de la Primera Edad: Húrin es encadenado en Thangorodrim y maldecido por Morgoth

Desde algún lugar entre la piedra y el viento — Thangorodrim, noche perpetua. El Inquebrantable es condenado a presenciar el destino de su familia desde el trono del tormento.
Año 473 de la Primera Edad

No diré nada. Ni aunque tu Ojo me atraviese hasta los huesos.
Ni aunque mi carne se haga polvo.
Ni aunque mi nombre sea borrado de la tierra.

Así respondió Húrin Thalion a Morgoth Bauglir en el trono ardiente de Angband, y así comenzó su castigo.

Derrotado en la Nirnaeth Arnoediad pero no doblegado, el Señor de Dor-lómin fue encadenado por Gothmog, llevado a rastras ante el Enemigo, y colocado en un sitial de piedra sobre los pináculos de Thangorodrim. Allí, por arte oscura, su cuerpo fue sostenido sin alimento ni sueño, y sus ojos abiertos de par en par para ver —pero no intervenir— en el destino de su linaje.

Me diste la visión, pero no el poder. Me diste la verdad, pero retorcida como tu alma.
Me mostraste a mis hijos bajo un velo de sombras, y me hiciste dudar de mis aliados, de los sabios, de los justos.
Me hiciste pensar que la culpa era nuestra.
Y aun así, no pedí clemencia.

Desde aquella altura, Húrin contempló la lenta corrupción del mundo: vio a su hijo Túrin errando entre los pueblos, perseguido por el dolor; a su esposa Morwen, enorgullecida y rota; a su hija Nienor, condenada por el olvido. Cada lágrima, cada elección, cada caída fueron vistas a través de un espejo empañado por la voluntad del Vala Oscuro. Morgoth no le mostró la verdad: sólo aquella que mejor servía a su odio.

Dicen los elfos que aún hoy, si uno camina en silencio entre las grietas heladas del norte, puede oírse un grito que no acaba. No por dolor físico, ni por hambre, ni por frío: sino por el peso insoportable de la impotencia.

Thalion me llamaron —El Firme—, y aún resisto.
Pero el fuego que arde bajo mis pies no iguala al que me consume dentro.

Veintiocho años duró el tormento. Y sólo cuando el Enemigo creyó que el daño era irreparable, lo dejó libre para extender la sombra con sus propios pasos.

Pero ese es otro capítulo. Hoy, la voz del más valiente de los Edain queda suspendida entre las montañas, como un eco al que el mundo aún debe justicia.