Año 485 de la Primera Edad: Túrin y Mîm, una tregua sellada en sangre
Apenas había amanecido sobre los brezos rojizos de Amon Rûdh cuando Mîm el Enano se sentó junto a su huésped inesperado. La bruma aún se cernía sobre las laderas del oeste del Sirion, y el silencio era más denso que el musgo entre las piedras. Nada en la escena sugería que aquel instante sería el germen de una alianza insólita.
El viejo Enano —quien hasta entonces apenas había cruzado palabra con los hombres que lo habían apresado la noche anterior— hablaba con voz grave, no tanto por el cansancio, sino por el peso de la pena. Uno de sus hijos había caído, herido por un dardo cobarde en su huida. Y sin embargo, frente a él no tenía a un enemigo. Sentado en la roca, con la capa aún húmeda del rocío y el cabello oscuro cubriéndole parcialmente el rostro, Túrin, que se hacía llamar Neithan, ofreció a Mîm no venganza ni disculpas vacías, sino algo insólito: una compensación digna de un rey. Oro por la vida arrebatada. Y algo más difícil de hallar: respeto.
Lo que siguió fue una pausa larga, inquebrantable. Mîm, aún roto, alzó la mirada. En los ojos del proscrito vio no a un capitán de bandidos, sino a alguien que había conocido el dolor de una pérdida parecida, y que no se ocultaba tras máscaras ni nombres. Aquel día, el Enano Mezquino permitió que los hombres moraran en su refugio, como se había pactado. Pero no por obligación, sino por algo que, quizá, se acerque al reconocimiento mutuo entre dos almas devastadas.
Los rumores de este asentamiento en Amon Rûdh han empezado a correr por las tierras del sur de Beleriand. No es la primera vez que se menciona a Túrin entre los que ahora llaman a la colina “la Casa del Rescate”. Pero el eco de la violencia sigue pegado a su nombre como una sombra. Dicen que antaño mató a su propio capitán por proteger a una mujer. Que rechazó el perdón de un rey. Que su amigo, el elfo Beleg, partió entristecido tras intentar disuadirle de este exilio voluntario.
Pero lo que nadie puede negar es que, en lo alto de esta colina roja, ha comenzado una tregua inesperada entre un hombre errante y un Enano roto. Cuánto durará, sólo el Destino —ese cruel tejedor que tanto gusta de entrometerse en la vida de Túrin— lo sabe.