El pasado viernes 6 de diciembre fuimos a ver la nueva película de La Guerra de los Rohirrim. Antes de la película tenía expectativas encontradas sobre si me iba a gustar o no. Todos los que me conocen saben que soy muy fan de la trilogía original de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, y no así del resto de adaptaciones de la Tierra Media a la gran o a la pequeña pantalla. Desde las películas de Rankin Bass o "la de Bakshi", hasta las más recientes adaptaciones de El Hobbit por el propio Jackson o la serie de TV de Los Anillos de Poder (la cual no pude seguir viendo tras apenas 3 capítulos), esperaba con esta nueva adaptación una reconciliación con el "fan" que llevo dentro. Me encanta el cine (es otra de mis pasiones) y soy un gran aficionado al cine de animación, así que tenía miedo de que esta película no cumpliera con un mínimo de calidad o interés.
La ventaja que tiene esta película con respecto a las anteriores (salvo, y por otros motivos, la serie de Amazon) es que cuenta con una gran libertad de partida para ampliar las apenas tres páginas que dedica JRR Tolkien en los Apéndices de El Señor de los Anillos a narrar la historia de Helm Mano de Hierro (Hammerhand en la versión original). Así, sobre la hija que apenas menciona Tolkien, en la adaptación se ha decidido darle no sólo un nombre (Héra), sino también el papel protagonista, por delante del propio Helm. Esa libertad podía resultar en algo positivo, pero también tiene sus problemas: como toda adaptación, requiere de los fans de la obra literaria (o incluso en este caso, también los fans de las películas de Peter Jackson) que sean capaces de aceptar que, eso que van a ver, encaja de un modo u otro con la “imagen” que pudieran tener en su mente previamente.
La película arriesga mucho en otro aspecto: pese a seguir con la imaginería que se creó para las películas de Peter Jackson (prácticamente no hay edificio o escenario en La Guerra de los Rohirrim que no hubiéramos visto ya en Las Dos Torres), sí apuesta por el cine de tipo “anime”, con sus característicos diseños de personajes, lo cual también requiere que el espectador sea capaz de aceptar eso que está viendo, de nuevo, como algo “válido” para adaptar este cuento de la Tierra Media. El cine de animación adaptando a Tolkien fue, de hecho, lo primero que se hizo, y sin demasiado éxito salvo tal vez la película de Ralph Bakshi (cuya imagen ha sido romantizada más que evaluada, sobre todo bajo el mismo prisma crítico con que evaluamos las películas de Peter Jackson, la serie de Amazon o esta nueva La Guerra de los Rohirrim, todo sea dicho).
Esta larga introducción me sirve para dar contexto de que, básicamente, no sabía lo que realmente me iba a encontrar en el cine. Reconozco haber estado ilusionado viendo los trailers, después alerta por algunas “cosas raras”, después indiferente… y recuerdo estar en la butaca del cine esperando que se apagasen las luces sin, de hecho, estar expectante en absoluto, hablando con mi mujer y mis amigos sin ni un ápice de emoción (muy al contrario que en todas las películas anteriores que habíamos visto juntos).
(Aviso: a partir de aquí paso a contar qué me gustó y qué no me gustó de la película, así que si no queréis saber nada antes de verla, dejadlo aquí… y por favor, volved cuando la hayáis visto ;-) )
Y ahí es donde la película, al comenzar, me sorprendió por primera vez, de forma gratísima. Desde los créditos iniciales, usando la banda sonora de Howard Shore para retrotraerme a las llanuras de Rohan a través primero del mapa de la Tierra Media y luego a esos fondos maravillosos que sirven de escenario a la primera aparición de Héra. De repente me volví a mi mujer y le enseñe los pelos de punta en mi brazo. Estábamos de vuelta.
Y eso es un gran mérito y reconocimiento que tengo que hacerle a la película: funciona. Habrá gente que no le guste: lo acepto. Habrá gente a la que le resulte extraño, o no puedan tolerar el “anime”: también es aceptable. Pero la película, como película de aventuras en la Tierra Media, funciona para quienes se dejen llevar. Habrá gente que se oponga al enfoque que tiene, con su personaje protagonista femenino, por los motivos equivocados. Allá ellos. Es una historia plausible en el legendarium de Tolkien (más plausible que otras que han recibido más alabanzas) y que, en sus poco más de dos horas, te puede emocionar, te puede sorprender y te puede gustar. A veces, no se puede pedir más.
La película en sí me gustó. Me gustó mucho. La imagen de Helm como “rey soldado en tiempos de paz” me encajó con lo que yo tenía pensado sobre el personaje. Las historias más interesantes sobre reyes son aquellos que, o bien son guerreros en tiempos de paz, o bien son hombres de paz en tiempos de guerra. El caso de Helm no es el de un rey sabio, reflexivo y que busca la estabilidad de su pueblo. Se pierde en sus bravuconerías, se ve fuerte en cualquier situación porque viene de situaciones extremas en las que ha salido victorioso. Su hijo mayor es igual que él, mientras que su hijo menor es más “Faramir”, más reflexivo. Su hija es, de hecho, un punto medio entre ambos, aventurera y testaruda, pero también sabia e intuitiva. Y posee uno de los valores clave en las aventuras narradas por Tolkien para triunfar: su lealtad hacia sus amigos primero, y luego su pueblo. Ese valor de la amistad está defendido siempre por Tolkien como ningún otro autor, y también forma parte de esta película y sus personajes (por eso me funciona tan bien): quienes no confían en sus amigos (sean familia o no), quienes se enfocan sólo en sus motivos personales y egoístas, terminan tomando decisiones incorrectas y condenándose así por ello. Héra confía en su escudera, en su primo Fréalaf (otra grata sorpresa de la película, aunque no tan bien desarrollado) y su victoria parte de ese principio.
La condena de Helm por no escuchar a sus consejeros (incluyendo a su hija) termina por pasarle factura, creando una némesis en Wulf que (¡ay!) no termina de estar bien desarrollado. Esta es, tal vez, la parte en que la película no consigue ser una maravilla: no tenemos contexto de por qué su personaje se transforma en ese ser vengativo e irracional que vemos desde la muerte de su padre. El flashback con Héra no sirve para decirnos que ese niño era quien veremos después, y que tanto cariño fraternal despertó en la protagonista. Habría sido mejor, a mi entender, flashbacks de su relación con su padre Fréca, que nos mostraran su conexión, para justificar su locura al ver a su padre asesinado de un solo puñetazo por parte de un increíblemente fuerte Helm.
Helm tiene su redención heroica, todo sea dicho, en una escena que es, de lejos, lo mejor de la película. La escena de la ventisca de nieve en las puertas de Cuernavilla es puro cine épico. Tal vez no sea canónico, pero es una muerte digna de las mejores canciones escritas en el Libro Rojo. ¿Inverosímil? Tal vez, pero también lo fue la muerte de Boromir, e igualmente épica y maravillosa. Sólo por esa escena, merece la pena ir al cine. Creedme.
El otro problema principal que, a mi entender, tenía esta película… es que en sí misma no justifica un retorno a la Tierra Media. ¿Por qué? Porque aparte de reconocer ciertos nombres (Rohan, Helm…), es una “simple” historia medieval de conflicto por un trono de un país. Podríamos estar hablando de Inglaterra, de España o de cualquier otro sitio, con los nombres cambiados, y la misma historia detrás, porque la única raza realmente envuelta en todo este conflicto es la más “aburrida” de todas: la humana. No hay elfos, enanos ni hobbits en la historia de Tolkien. No hay orcos, y sólo se menciona que Helm “entraba como un troll de las nieves” en los campamentos que les asediaban. La decisión de los creadores de la película es traer algunos elementos fantásticos (con mayor o menor acierto, eso ya lo dejo a la interpretación de cada uno) propios de la Tierra Media, para justificar poner “El Señor de los Anillos” delante del título de la historia.
Se nota, de cualquier modo, que Warner no tenía toda la confianza en esta película. Y es curioso, porque si tuviera éxito, se allanaría mucho el terreno de otras películas y adaptaciones para seguir explotando la franquicia. Pero la promoción (al menos en el mundo hispanoparlante) ha sido más bien escasa, el presupuesto dedicado a la película tampoco ha sido descomunal, y se está pasando de puntillas sobre el hecho de que es la primera película desde hace 10 años (El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos) que podíamos ver en los cines. Lo triste es que, si termina siendo un éxito, seguramente la próxima película cuente con mucho más presupuesto, muchísima más promoción… y seguramente ideas mucho peores que llevar al cine.
¿Hay cosas que no me gustaron? ¡Por supuesto! Pero curiosamente, no me molestan tanto como algunas decisiones de Peter Jackson y Philippa Boyens hace 20 años, en películas que tengo en máxima estima: Ese Kraken (perdón, “Guardián del Agua”) devorando un Olifante en una escena muuuy “anime” me saca totalmente de la película (pero no me ofende tanto como los muertos venciendo al ejército de Sauron en Pelennor); esa Héra fuerte y valiente siendo secuestrada sólo con un saco por su cabeza y necesitando ser rescatada cual damisela (pero no me ofende tanto como ver a Gandalf el Blanco por los suelos, derrotado ante el Rey Brujo, para que me entendáis). Así pues, la película me gustó mucho, y sé que la volveré a ver una o dos veces más… pero se habrá quedado corta para convertirse en una de mis favoritas.
De cualquier modo, salí del cine satisfecho, contento e ilusionado por el futuro. Ojalá todos los regresos a la Tierra Media en el cine o la TV llegaran a este mínimo de calidad y compromiso por la obra de Tolkien, la verdad.