El Hobbit que nunca fue: la visión perdida de Guillermo del Toro

Radiografía de la duología de El Hobbit que Guillermo del Toro nunca pudo filmar: un cuento sombrío centrado en el viaje interior de Bilbo, abortado por la crisis de MGM y retomado a contrarreloj por Peter Jackson. Descubre qué restos de aquella visión sobreviven en la trilogía final y cómo habría reescrito la Tierra Media cinematográfica.
Guillermo del Toro y Peter Jackson

En abril de 2008 Peter Jackson anunció que el cineasta mexicano Guillermo del Toro dirigiría una duología de El Hobbit. Del Toro se trasladó con su familia a Wellington y firmó un compromiso de tres años para concebir dos películas que sirvieran de puente entre la novela y La Comunidad del Anillo. Durante casi veinticuatro meses vivió en los talleres de Weta, redactando guiones junto a Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens, en ocasiones a razón de doce horas diarias y rediseñando cada rincón de la Tierra Media con un tono "más de cuento de hadas oscuro" que el de la trilogía de El Señor de los Anillos de Jackson.

Su apuesta pasaba por animatrónica y maquillaje para orcos, huargos y arañas —quería "monstruos táctiles" más que píxeles— y contó con ilustradores como Mike Mignola (creador y dibujante conocido sobre todo por el comic de Hellboy, con el que Del Toro trabajó para la adaptación cinematográfica) y Wayne Barlowe (artista conocido por sus oscuros y esotéricos escenarios que incluyen el mismísimo Infierno de Dante para un videojuego) para dar trazos expresionistas a la Tierra Media. Entre los nombres que barajó para el reparto figuraban Ron Perlman (Hellboy) quien habría interpretado a Beorn o incluso aportaría su voz para Smaug, Ian McShane (el inolvidable Winston de la saga John Wick) como uno de los enanos y Doug Jones (actor fetiche de Del Toro que ha participado en sus mejores películas) en un papel élfico. También empujó personalmente la elección de Sylvester McCoy para Radagast, detalle que Jackson conservaría más tarde.

El muro de la realidad

Arte conceptual de Smaug según Guillermo del Toro
Todo ese entusiasmo chocó con la quiebra técnica de MGM, copropietaria de los derechos, que se quedó sin liquidez tras la crisis de Wall Street. Mientras el estudio buscaba comprador, ningún ejecutivo daba la luz verde al proyecto... y sin esa firma no había fecha oficial de rodaje. Ante la perspectiva de dedicar seis años a un proyecto sin horizonte claro, Del Toro presentó su dimisión el 30 de mayo de 2010 en TheOneRing.net, de la que nosotros nos hicimos eco en su momento: "Debo, con gran pesar, apartarme de la dirección […] Los retrasos y la presión de otros compromisos han desbordado el tiempo inicialmente reservado". Jackson lo resumiría así: "Guillermo no podía hipotecar seis años de su vida cuando había firmado por tres".

Cuando Peter Jackson heredó el proyecto en octubre del mismo año se encontró con una situación igual de inestable. A los problemas financieros se sumó la advertencia de varios sindicatos de actores en septiembre de 2010, que llegó a amenazar el rodaje en Nueva Zelanda y provocó manifestaciones de técnicos y figurantes disfrazados de hobbits frente al Parlamento de Wellington. Jackson comenzó a filmar "sin storyboards, sin guion cerrado y haciendo lo que podía sobre la marcha", lo que acabó convirtiendo la duología planeada en la trilogía estrenada entre 2012 y 2014.

¿Qué quedó del legado de Del Toro?

Diseño de la ciudad de los Trasgos
Aun después de que Peter Jackson descartara "el 90 %" del material de pre-producción —"el único que puede rodar una película de Guillermo es Guillermo", confesó a io9 en 2012— algunos rasgos del mexicano siguen latentes en la trilogía. El más evidente es Smaug: las aletas córneas en forma de cuerno de carnero, el hocico más reptiliano y la piel con escamas superpuestas proceden de los bustos y bocetos digitales que Del Toro encargó a Weta en 2009. Jackson admite haber "tomado piezas de su ADN" antes de remodelar al dragón definitivo. Lo mismo ocurrió con el laberinto vertical de la Ciudad de los Trasgos: planos conceptuales de Andrew Baker y Johnny Fraser-Allen, hechos para Del Toro, se conservaron casi tal cual en la primera película. 

Los entornos también conservan su huella. El Bosque Negro que vemos en La Desolación de Smaug —un bosque casi calcificado, húmedo y de paleta turquesa— deriva de las pinturas mate desarrollados durante su etapa, al igual que algunos callejones de Ciudad de Lago y los puentes colgantes de Erebor, diseñados para acentuar la sensación de cuento de hadas oscuro. Incluso criaturas como los esqueléticos huargos o las primeras armaduras de los elfos del Bosque Negro arrastran líneas y siluetas surgidas de aquellos "monstruos táctiles" que planeaba animar con animatrónica y cableado interno, antes de que el CGI ganara la partida.

La Ciudad de los Trasgos
Buena parte de ese material puede rastrearse hoy en los volúmenes The Hobbit: Chronicles, en blogs de artistas de Weta y en charlas donde se muestran maquetas descartadas de Beorn, arañas y diseños de goblins. Son pistas valiosas que a los lectores de Elfenomeno.com nos ayudan a entender cómo se negocia, plano a plano, el equilibrio entre la fidelidad a Tolkien y las exigencias de una superproducción, y hasta qué punto la visión original de un creador puede sobrevivir al engranaje de Hollywood.

¿Habría sido mejor el Hobbit de Del Toro?

Del Toro ha demostrado en cintas como El Laberinto del Fauno o La Forma del Agua que domina la mezcla de efectos prácticos y digitales hasta el punto de hacer dudar al espectador sobre dónde empieza uno y termina el otro. Su plan para El Hobbit incluía rodar en 35 mm y 2D, con abundante animatrónica y miniaturas, y limitarse a dos películas de ritmo más controlado. Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, esa contención habría evitado la expansión a tres entregas, el ritmo frenético y por momentos alocado, y la polémica adopción del 48 fps y el 3D que muchos críticos tildaron de distractora.

Diseño de un orco jinete de huargos
En contraste, Peter Jackson reconoció años después que tuvo que "improvisar" gran parte del rodaje por falta de preparación, rodando escenas complejas sin storyboards y reescribiendo guión y diálogos sobre la marcha. También, o tal vez en parte por la misma razón, utilizó un volumen de CGI que, incluso para un actor tan comprometido con la saga como Sir Ian McKellen, llegó a ser desalentador y motivó que casi abandonara el set. Críticas habituales al metraje final hablan de una historia estirada "como mantequilla sobre demasiado pan" y de subtramas añadidas que entorpecen la aventura de Bilbo.

Diversas entrevistas y borradores de 2008-2009 muestran que la prioridad de Guillermo del Toro era contar El Hobbit como la historia del despertar moral de Bilbo. En una charla con TheOneRing.net subrayaba que la elección del actor para el hobbit era “la piedra angular”, porque toda la trama —del tenso dúo Bilbo-Thorin al cara a cara con Smaug y la entrega de la Piedra del Arca— debía girar en torno a la evolución del protagonista: “todo se articula alrededor de Bilbo… incluso pensando en las cinco películas en conjunto”. En ese mismo guion preliminar se reservaban a los enanos roles bien diferenciados, pero nunca hasta eclipsar la senda del "saquehobbit". En su momento, se llegó a rumorear la preferencia de Del Toro por James McAvoy, un actor con mucho registro como ha demostrado en su carrera.

La coguionista Philippa Boyens confirmaría en 2012 que la versión de Del Toro “se parecía más a un cuento de hadas” y que el mayor cambio de aquel libreto era la caracterización de Bilbo: un veterano algo hastiado de la vida cómoda que reencuentra el ansia de aventura, en vez del jovial “Bolsón” de la trilogía final. Del Toro veía el relato como una parábola sobre la pérdida de inocencia y la avaricia, con el vínculo Bilbo-Thorin como corazón emocional de la cinta. Así, su duología habría relegado la panorámica bélica de la Batalla de los Cinco Ejércitos a un telón de fondo, prefiriendo un arco íntimo que cerrara con la decisión ética del hobbit y no con el estruendo de la guerra.

En términos de fidelidad al texto de Tolkien, en los estudios de cine y literatura se suele citar a Linda Hutcheon y a Robert Stam como referentes de la llamada "teoría de la adaptación": cada vez que un relato salta de un soporte a otro (del papel a la pantalla, del cómic al videojuego, de la novela al teatro), el nuevo autor no se limita a "copiar" el original; lo re-crea. Por eso la teoría de la adaptación desconfía de medir las versiones sólo con el baremo de la "fidelidad literal": lo crucial es comprender qué cambia, por qué cambia y qué aporta. Esto es algo que chirría más en los oídos de algunos fans que en otros, desde luego, pero es importante tenerlo en cuenta para evaluar si la propuesta de Del Toro habría sido "mejor" (midiéndolo como "más fiel" al libro de El Hobbit de JRR Tolkien) que la resultante de Peter Jackson.

Sirva lo anterior como contexto para aclarar lo subjetivo de nuestra siguiente afirmación: Según lo que hemos podido ver, la propuesta de Del Toro —dos películas/actos que cubrían la novela sin inventar personajes como Tauriel ni prolongar la trama de Dol Guldur, enfocada principalmente en la evolución del personaje de Bilbo más que el conflicto bélico— prometía una estructura más cercana a la del libro original. No obstante, su marcada estética de cuento gótico también habría introducido rasgos ajenos a la iconografía "tradicional" de la Tierra Media, rompiendo seguramente con la idea preconcebida tanto de quienes han adoptado la visión de Peter Jackson (influenciada principalmente por Alan Lee y John Howe en lo estético, pero también por su forma de presentar la narrativa como un conflicto constante que deriva en una batalla final, al más puro estilo del cine bélico) como de quienes crecimos leyendo las palabras de Tolkien sin ninguna imagen previa a la que invocar.

En definitiva y para concluir, si "mejor" significa mayor coherencia narrativa, tal vez menos invenciones respecto al libro original y un uso orgánico y controlado de los efectos, es fácil vislumbrar las ventajas de la versión de Del Toro. Si, por el contrario, se valora la continuidad visual con la trilogía anterior y la ambición épica, la apuesta de Jackson - pese a sus (muchos) tropiezos - resulta más lógica dentro de la saga fílmica. La respuesta, por tanto, queda en manos del lector: la duología soñada por Del Toro habría sido un experimento más concentrado y artesanal, diferente a todas luces; la trilogía de Peter Jackson es un espectáculo exhuberante que, aunque imperfecto y mucho más separado el libro original, amplía su macro-relato cinematográfico de la Tierra Media.