Año 464 de la Primera Edad: En Dor-Lómin nace Túrin, hijo de Húrin y Morwen
Una tenue nevada cubre esta mañana las colinas de Dor-lómin, pero en la Casa de los Señores ha brotado un calor distinto: Morwen Eledhwen ha dado a luz esta noche a un varón. Se llama Túrin, y quienes lo han visto aseguran que sus ojos grises reflejan ya la luz de los fuegos de la antigua resistencia.
El nacimiento se ha producido en el último tramo del invierno, cuando las brumas que bajan desde las colinas de Hithlum todavía envuelven los caminos. Pocos se atrevían a esperar buenas nuevas en estos días de silencio y vigilancia, pero el anuncio del alumbramiento se ha extendido con rapidez: el heredero de la Casa de Hador ha nacido.
Morwen, llamada Eledhwen por su belleza y su porte orgulloso, permanecía desde hace días en recogimiento. Hija de la Casa de Bëor, desciende del linaje de Baragund, primo de Beren, y muchos en Dor-lómin consideran que en su persona se han unido los tres linajes mayores de los Edain. Esta mañana, al verla salir brevemente envuelta en un manto blanco, ha corrido la voz de que se encuentra fuerte. El niño, según palabras de la nodriza, “es sereno y firme, con una piel clara como el hielo del Sirion y cabellos oscuros que aún no se rizan”.
Húrin, señor de Dor-lómin, no se ha separado de la estancia desde el atardecer de ayer. Alto, imponente, de ánimo indomable, ha recibido al recién nacido con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa breve pero honda. “Tiene la frente de los Hador y la quietud de su madre”, dijo al salir, antes de retirarse sin escolta a los establos. “Nacer bajo el yugo del invierno es propio de quienes llevan la carga de los días venideros.”
La sala principal se ha engalanado esta mañana con ramas de acebo y luces de aceite. Aunque no se ha proclamado día de fiesta oficial —pues aún llegan informes inquietantes desde las fronteras de Anfauglith—, los herreros han suspendido sus martilladas, y un grupo de mujeres de la casa alta ha comenzado a bordar el nombre del niño sobre una tela de lino teñida en azul. No ha habido danzas ni vino, pero el silencio de esta jornada parece más esperanzado que en semanas anteriores.
A los pies de la sierra se escucha el viento soplar entre los pinos, y algunos ancianos, sentados junto a la fuente de piedra, dicen que este invierno será recordado como el del nacimiento del último gran señor de Dor-lómin. Nadie lo afirma en voz alta, pero todos lo saben: el niño que duerme esta noche entre pieles tejidas a mano es más que un hijo de Húrin. Es un símbolo.