La Soledad en la Tormenta
Capitulo 3: Conmoción
¿Cómo había llegado allí? Lo primero que le venía a la mente es que salió corriendo de Taniquetil para dirigirse a la casa de sus abuelos maternos, cuando paso por el patio de la Mindon, pudo distinguir entre la luz de las antorchas la cabellera cobriza de su madre, entrando en el palacio sigilosamente, le siguió sin entender lo que ella hacía ahí pero feliz de que estuviera salvo.
Los dos guardias que habían dejado pasar tan fácilmente a Nerdanel abrieron los ojos sorprendidos, era completamente increíble no solo el parecido con Fëanáro, sino que ambos habían trabajado con Finwë antes de que naciera su hijo y podían jurar que si hubiera sido por el pelo y la forma de los ojos esa chica sería la viva imagen de Míriel. Pero aun así vacilaron y le preguntaron su nombre y ella se mordió el labio antes de responder:
—Rómeniel, hija de Fëanáro—dijo suspirando largamente como quitándose un peso de encima.
—Pasé, Aranel—contestó al oír su nombre y se apartó, la muchacha dio un respingo al escuchar el titulo, siempre había sabido de el pero le resultaba extraño e incomodo escucharlo.
El hombre se apartó, Rómeniel inclinó levemente la cabeza entrando rápidamente, había perdido de vista a su madre, el lugar estaba completamente vacío y era lo bastante grande como para mantenerla ocupada buscando un buen rato. Pero eso no fue necesario porque luego de unos minutos creyó escuchar voces que casi se gritaban desde una de las habitaciones más grandes.
—Por mí—escuchó la leve voz de su madre—. Te suplico, que si te vas dejes a uno de mis hijos conmigo; a uno de los gemelos, por favor.
—Eso es imposible todos me acompañaran—habló otra voz, masculina, hermosa pero horriblemente fría—. Tú ibas a decirme algo cuando me marché de Tirion, aun no se que es ¿Qué era eso, Nerdanel? ¿Por qué sigues ocultándolo?
No aguantando la curiosidad y la ansiedad abrió lentamente la gruesa puerta de roble,.
—¿Amil?—musitó tímida.
Los dos Elfos que estaban ahí le miraron como si estuvieran observando un fantasma, Nerdanel sujetaba fuertemente el brazo a su padre, por supuesto que era él, le era casi imposible no reconocerle, el rostro de su madre estaba bañado en lagrimas y cargado de angustia.
Fëanáro soltó a su madre y le lanzó un mirada fulminante.
—Así que esto estabas ocultándome.
¿Ocultándole? Su madre no ocultaba nada, dio un paso hacía adelante mirando furiosa y confusa hacía su progenitor aunque él siguiera con los ojos muy abiertos, la joven sentía que podía atravesar su alma con ellos, bajó la vista y por instinto se apartó de ellos.
Nerdanel se irguió y trató de abrir la boca pero de ella no salió ninguna palabra, rápidamente se colocó al lado de su hija queriendo sacarla corriendo de aquel lugar pero ya era tarde.
Fëanáro no podía creer lo que estaba viendo, la niña se parecía a él pero recordó por instante al rostro inerte de Míriel, acostada en paz en los jardines de Lórien, pero el porte y los ojos eran los de su esposa. Dio unos pasos hacia su hija y el tono tajante con el que había hablado a Nerdanel minutos antes se esfumó dejando en su lugar una voz dulce y suave.
—¿Puedo hablar contigo, pequeña?—susurró tomándole de la barbilla.
Rómeniel se estremeció, asintió por inercia entrando junto al príncipe al despacho, la pelirroja trató de detenerla pero solo consiguió que puerta se cerrara con fuerza frente a ella.
Se preguntaba porque el la observaba de esa forma, con la mano en el mentón, escudriñando si no era un simple parecido o una ilusión de la pena que le corroía pero la jovenzuela había llamado Amil a Nerdanel. Era una chiquilla, seguro apenas debía estar pasando la primera juventud, tal vez había nacido en esos años que estuvo desterrado.
—¿Man naa essetya?—preguntó caminado al rededor de ella.
—I esse sa amilinya antanen ná Rómeniel—respondió y luego arqueó una ceja, él no sabía su nombre ¿por qué? ¿sus hermanos no le habían dicho nada de ella?
Fëanáro quiso carcajearse al oír su nombre ¡Mujer del este! ¡Valla nombre le había puesto Nerdanel! Ella que tanto se oponía e ignoraba la Tierra Media.
—¿Tú sabes quien soy?—volvió a interrogar sospechando que la chica pensaba estar hablando con un desconocido.
—Atarinya—dijo simplemente para luego mirarle dubitativa—¿Usted no sabía de mi? ¿No recibió las cartas?
Honestamente no podía entenderlo, cada vez que sus hermanos las visitaban ella les entregaba unas cartas destinadas a su padre y a sus demás hermanos, había recibido algunas misivas, aunque siempre Makalaurë le decía que su atto estaba muy ocupado y suerte tenía el joven de que su hermana menor no preguntara más cosas y de que no conociera la letra de Fëanáro como para alegar algo.
—No recibí nada—susurró frunciendo el ceño—. No he sabido nada de ti hasta este momento, hija mía.
Por un instante se fijó en las ropas de ella, una túnica que usaban normalmente las damas de los Vanyar, su expresión fue de indignación al recordar que su mujer había estado viviendo con Indis, no quiso imaginarse que cosas le había estado diciendo su madrastra.
Estiró su mano y le acarició los negros cabellos, Rómeniel iría con ellos, no iba dejar que se quedara por más tiempo en esa tierra de traidores, donde habían mantenido oculta a esa niña de su padre y del resto de su familia.
—¡Mirá como es el destino!—exclamó sonriendo secamente—. Si en este día no hubieran ocurrido tantas tragedias ¡Hubiera sido tan feliz de conocer a mi hija en circunstancias más felices! ¡Y ahora me han robado y mí padre esta muerto!
Un recuerdo doloroso traspasó el corazón de la Elfa, recordó la sangrienta visión de aquel Elda muerto y por las descripciones que había recibido de Artanis y sus demás primos estaba segura de que era él, siempre recordaba sus visiones, se reprimió mentalmente por su propia estupidez, si se hubiera dado cuenta antes habría avisado a sus tíos.
—¿Qué es lo hará ahora Atar?—dijo suavemente, Fëanáro le besó la frente.
—Rómeniel ¿no lo dice tu nombre? ¿no has querido ver la belleza de Endor?
Aquellas palabras penetraron profundamente la mente de la chica, pues en su espíritu tenía aquel mismo anhelo que habían tenido sus progenitores de jóvenes, descubrir las maravillas de Arda más allá de las viviendas de los Eldar. Asintió con lentitud, Curufinwë volvió a sonreír.
—Yo no he tenido la oportunidad de darte un nombre como es debido en nuestras tradiciones—entornó los ojos, recordó la joya que había metido en su bolsillo y contemplo el rostro de Rómeniel, sus ojos eran de color plata, al igual que ese guardapelo—. Entonces Mírëndis te llamaré, en honor a mí amada madre y al parecido que tienes con ella; una autentica joya de los Noldor.
Le entregó el collar que una vez había estado destinado a Nerdanel, Mírëndis contempló largamente la hermosa pieza de joyería élfica, la pequeña medalla ovalada, la abrió, no había nada dentro, en la primera carilla tenía incrustado un diminuto diamante y en la otra estaba grabada la estrella de la Casa de Fëanáro, su Casa.
Ambos salieron de la oficina, la escultura seguía ahí, aunque solo habían pasado unos minutos a ella le pareció una eternidad, tomó a su hija del brazo situándola a su lado, mirándole con preocupación.
—Tengo que hablar contigo—se escuchó la voz de su esposo, sacándola de su ensoñación.
—Creo que ya se a dicho todo—debatió ella observándole furiosa, Mírëndis bajó la cabeza y se soltó de su brazo y agarrando los pliegues de la falda se fue a paso rápido del lugar.
La hija de Mahtan tenía los ojos clavados en su marido, las lagrimas se habían secado dejando marcas en su rostro, no podía estar más cansada y furiosa, necesitaba hablar con él a solas, por eso había dejado marchar a Rómeniel.
—No vas a llevártela—dijo tajante—¿Con qué derecho te llevas a mí hija hacia la muerte?
—¡Con el mismo derecho que tuviste para ocultarla de mí!—exclamó con rabia—No me dijiste sobre ella en estos y la mantuviste bajo el cuidado de esa Vanya.
—¡Traté de decírtelo!—gritó—Pero estabas tan enterrado en tú orgullo que no me escuchaste ¡Desde que creaste esas joyas, parecía que ya no te importáramos! ¡Que ya no me amaras, Fëanáro!
Aquello le dejó helado ¿cómo podía pensar que no la amaba? Seguramente sus queridos Valar le habían convencido de ello. El deseo de marcharse se acrecentó más. Nerdanel
—¡Los gemelos y la niña deben quedarse conmigo!—exigió ferozmente la joven.
—Si fueses tan buena esposa como eres adoradora de Aulë, irías con nosotros porque si yo me voy también ese destino les corresponderá a nuestros hijos, pues ellos son fieles a su padre.
¿Si fuera una buena esposa? Esa frase había sido peor que una bofetada, apretó fuertemente los puños, los ojos le picaban por las lagrimas contenidas, con las ultimas fuerzas que le quedaban musitó con voz lúgubre:
—Solo causarás dolor a nuestro linaje y miseria a nuestros hijos—a pesar de que le advirtiera sabía que ya era tarde, tarde para sus hijos, para su niña y para ella misma.
Él le fulminó con mirada, ella podía ser tan terca y orgullosa cuando quería, no iba a poder llevarla consigo, se quedaría en esa prisión con sus padres, los amantes de Aulë.
—Llevales tú mal agüero a los Valar—le espetó fríamente—. Te aseguro que sera una delicia para ellos.
Las lagrimas se liberaron otra vez en las mejillas de la Elfa, apretó los dientes y se alejó saliendo de la Mindon. Buscaría a su hija, trataría de convencerla, le diría todo lo que pudiera para que se quedara con ella.
Cuando salió de la torre, le pidió prestado a los guardias uno de sus caballos. Frente sus ojos se materializo una visión. Los cabellos dorados de Nerwen y sus hermanos, millones de Elfos caminando en largas filas saliendo de Tirion, hombres, mujeres, niños y su padre al frente de las filas, muy lejos, conduciendo a los Fëanorianos.
No podía ir Taniquetil por sus pertenencias, tenía algunas ropas de viaje y hierbas medicinales en su la habitación que usaba en la casa de sus abuelos maternos ya que la madre de Nerdanel era sanadora y siempre hacia experimentos junto a su nieta.
Mahtan se sorprendió al ver su nieta en Tirion, pensaba que estaba con sus primos en Taniquetil, al entrar Mírëndis solo le besó la mejilla y le dijo que tenía que sacar algunas cosas de su habitación.
Sacó un bolso que usaba cuando se iba de excursión con sus hermanos, no tenía muchos vestidos finos en esa casa, solo simples sayas y túnicas cómodas.
Tomó el arco que usaba para competir con Nerwen e Irissë y la espada vieja que Makalaurë le había regalado, no esperaba usarla. Se acordó el collar que estaba en su mano, se desató los cabellos que cayeron como agua negra sobre su espalda, abrochó la cadena de plata en su cuello y se apresuró a desnudarse, cuando se estaba quitando el vestido una mano apareció sosteniendo unas ropas color verde.
Nerdanel estaba ahí, con la cara mojada por las lagrimas, sosteniendo aquellas pesada ropas de viaje, tratando de sonreír aunque sea, al ver la decisión en los ojos de su pequeña, le abrazó.
—Las usaba cuando salía de viaje, cuando conocí a tu padre—musitó con voz quebrada—. No vas a quedarte ¿verdad?
Mírëndis agarró los vestidos para luego abrazar fuertemente a su progenitora.
—Amme, siempre he querido conocer lo que hay más allá, yo quiero saber del lugar de donde venían los abuelos, Aman es muy hermosa, pero a veces demasiado asfixiante.
Jamás había escuchado esas palabras de la boca de Rómeniel, eran como las de Fëanáro, pero estaban cargadas de odio sino de deseo de conocimiento, igual que ella cuando tenía su edad.
La Eldar se puso la túnica, estaba algo gastada pero era resistente y abrigada, buena para recorrer los caminos. Con las manos enguantadas abrió el guardapelo e colocó en él algo que consideraba el más grande de los tesoros: un pequeño pétalo de una flor del Árbol Telperion, sabía que le serviría en el futuro. Y la escultora le entregó una tiara de plata con el símbolo de la Casa de Fëanáro.
La pelirroja siguió rogándole que se quedara, lo que hizo que tardara demasiado tiempo sin embargo poco pudo hacer Nerdanel porque besando por ultima vez su frente y con suave “namárië” Mírëndis se despidió de ella.
Al llegar a Tirion solo vio a las ultimas huestes desapareciendo bajo la colina, había tardado demasiado. Corrió entre la gente hasta divisar la inigualable cabellera de Artanis, quien le explicó el espantoso juramento que habían hecho su padre y sus hermanos mayores, prometiendo pasar por enésima de cualquiera para recuperar los Silmarils. Esto ensombreció el corazón de la princesa, no sabía que ellos llegarían hasta un punto tan extremo aun así trató de comprender el dolor de Fëanáro.
Sus parientes no dijeron nada al verla ahí pero las personas que solo iban a regañadientes porque seguían a Nolofinwë le miraban como si fuera una alimaña, pues era princesa de la Casa que los sacaba de la beatitud de Aman.
Entonces sucedió que cuando se acercaban a Alqualondë, su tío hizo sonar los cuernos de guerra y muchos Eldar desenvainaron las espadas, oyó decir a Findekáno que los Teleri estaban atacando a su gente pero cuando se acercaron lo suficiente pudieron ver que solo se defendían.
Artanis miró con horror a su prima comprendiendo al fin la visión que había tenido años atrás y deseando llorar por no haberla comprendido antes.
Vio a su padre y sus hermanos cargando con sus espadas contra las gentes del mar, entró un trance en el que no sabía si estaba ahí, si ese era su cuerpo, si en verdad se estaba cometiendo esa masacre frente a sus ojos.
Alguien le tomó de la mano y la subió a uno de los barcos, no reconoció a esa persona hasta que estuvo lo suficientemente lucida para pensar pero por un instante, su mirada se cruzó con la de Curufinwë y en su mente solo se preguntaba una cosa.
“Pero... ¿Qué has hecho?”
Fue ese día en que ocurrió la Matanza de Alqualondë, el día en que dejo su feliz vida en Aman, el día en que perdió la inocencia, el día en que su corazón se endureció, como la mismísima materia que había creado los Silmarils.
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Notas: La pequeña mención a lo del cabello de Míriel es que en algunos escritos, se la describe con el cabello color plata vieja, algo bastante raro en los Noldor.
Aranel: princesa
¿Man naa essetya?: ¿Cuál es tu nombre?
I esse sa amilinya antanen ná Rómeniel: El nombre que me dio mí madre es Rómeniel
Mírëndis: Mirë(joya)+ndis(mujer) Mujer/joya, el nombre Míriel sería como más simplificado, pero algo similar.
Atarinya: Mí padre.