¿Cuál es el Don de los Hombres?

La pregunta, así planteada, tiene fácil respuesta. Ya en las primeras páginas de El Silmarillion podemos leer:

"Por tanto quiso que los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus propias vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música de los Ainur, que es como el destino para toda criatura..."

"La Muerte es su destino, el don que les concedió Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo."

("Del principio de los días")
     Entonces está claro, el Don de los Hombres es la Muerte... ¿la Muerte?, ¿cómo la Muerte puede ser un Don?; un Don sería la inmortalidad, poder vivir miles de años, y tener la posibilidad de regresar en caso de sufrir una muerte violenta, tal cual les sucede a los Elfos.
     Pero la inmortalidad de los Elfos es una "inmortalidad parcial", ellos están ligados a Arda mucho más íntimamente que los Hombres, y durarán lo que el Mundo dure. Los Elfos tienen un destino prefijado del que no pueden liberarse.
     En cambio los Hombres no están atados al destino de Arda, su naturaleza mortal les proporciona la libertad necesaria para desligarse de los Círculos del Mundo y partir en busca de un destino que sólo el Creador conoce.
     Todo esto lo expresa mucho mejor el propio Tolkien (evidentemente) en las Cartas:

"El Hado de los Elfos es ser inmortales, amar la belleza del mundo, llevarla a pleno florecimiento mediante sus dones de delicadeza y perfección, durar mientras ella dura, no abandonarla nunca ni aun cuando se los ‘mata’, sino retornar; y, sin embargo, cuando los Seguidores llegan, enseñarles, abrirles camino ‘desvanecerse’ a medida que los Seguidores crecen y absorven la vida de la que ambos proceden. El Hado (o Don) de los Hombres es la mortalidad, la libertad de los círculos del mundo. Como el punto de vista es élfico, la mortalidad no se explica en mitos: es un misterio guardado por Dios, del que nada más se sabe que ‘lo que Dios ha propuesto para los Hombres permanece oculto’: motivo de dolor y envidia para los Elfos inmortales."
(Carta nº 131)
     "Motivo de dolor y envidia para los Elfos inmortales"... muy grande tiene que ser en verdad el Don de la Muerte para que los propios Primeros Nacidos, tan sabios, tan "espiritualmente perfectos", puedan llegar a envidiar la incertidumbre que supone el Hado de los Hombres. Pero ni siquiera los Elfos pueden evitar sentir una punzada de angustia cuando se enfrentan a la "muerte verdadera" de los Hombres, y para ello no más que recordar las tristes palabras de Arwen ante el lecho de Aragorn:

"No, amado señor -dijo ella-, esa elección ya no existe desde hace largo tiempo. No hay más navíos que puedan conducirme hasta allí, y tendré en verdad que esperar el Destino de los Hombres, lo quiera o no lo quiera. Pero una cosa he de decirte, Rey de los Númenóreanos: hasta ahora no había comprendido la historia de tu pueblo y la de su caída. Me burlaba de ellos, considerándolos tontos y malvados, mas ahora los compadezco al fin. Porque si en verdad éste es, como dicen los Eldar, el don que el Uno concede a los Hombres, es en verdad un don amargo."
( El Señor de los Anillos, "Apéndice A")
     Y es que, realmente, para los Hombres siempre ha sido muy difícil asumir que su condición mortal pueda ser un "regalo" de Eru; sólo los de corazón más puro lo veían así, como los primeros Reyes de Númenor, o el mismo Aragorn.
     En pocos sitios se expresan mejor las dudas y temores de los Hombres respecto a la Muerte como en el "Athrabeth Finrod ah Andreth" ("El debate de Finrod y Andreth"), incluido en El Anillo de Morgoth . El Athrabeth relata la conversación que mantuvieron Finrod Felagund, Rey de los Noldor y amigo de los Hombres, y Andreth, una Mujer Sabia de la Casa de Bëor, acerca del destino de Elfos y Hombres, de la naturaleza de ambos pueblos... y de la Muerte. Es muy difícil extraer párrafos sueltos de este interesantísimo texto, que merece sin duda ser leído en su totalidad, pero sin duda lo que sigue resume los temores manifestados por los Hombres:

"Ésa no es la voz que los Sabios oyen procedente de la oscuridad y de más allá [dijo Andreth]. No, señor, los Sabios de entre los Hombres dicen: ‘No fuimos hechos para la muerte, ni nacimos para morir. La Muerte se nos impuso’. Y he aquí que el miedo a la muerte siempre nos acompaña, y huimos de ella por siempre como la liebre del cazador. Pero en lo que a mí respecta creo que no hay escapatoria en este mundo, no, ni aunque pudiéramos llegar a la Luz de más allá del Mar, o a esa Aman de la que habláis. Con esa esperanza partimos y viajamos durante muchas vidas de Hombres; pero la esperanza era vana. Así decían los Sabios, pero eso no detuvo la marcha, porque, como ya te comenté, poco se los escucha. Y he aquí que hemos huido de la Sombra hasta las últimas costa de la Tierra Media ¡sólo para encontrar que está aquí, delante de nosotros!"

"Pero ¿quién os hizo ese daño? ¿Quién os impuso la muerte? [preguntó Finrod]. Melkor, dirías sin duda, o comoquiera que lo llaméis en secreto. Porque hablas de la muerte y de la sombra de él como si fueran la misma cosa, y como si escapar de la Sombra también fuese escapar de la Muerte.
     "Pero no son lo mismo, Andreth. Así lo creo, o la muerte no tendría lugar en este mundo que él no diseñó, sino Otro. No, muerte es sólo el nombre con que designamos a algo que él ha mancillado, y por tanto suena maligno; pero intacto sonaría como algo bueno.
     "-¿Qué sabéis vosotros de la muerte? No la teméis porque no la conocéis -dijo Andreth."

"Para vosotros puede ser dolorosa y amarga [dijo Andreth], una pérdida; pero sólo por un tiempo, un poco robado a la abundancia, a menos que no se me haya dicho la verdad. Pues sabéis que al morir no abandonáis el mundo y que podéis volver a la vida.
     "Con nosotros es diferente: al morir morimos, y nos vamos para no volver. La Muerte es el final definitivo, una pérdida irremediable. Y eso es abominable; porque es también un daño que se nos ha hecho."

("Athrabeth Finrod ah Andreth")
     La Muerte, según Andreth, era un castigo, una imposición antinatural provocada por la maldad de Melkor: los Hombres, al poco tiempo de su despertar, cometieron una grave falta o, como prefería decir Tolkien, sufrieron su primera Caída.
     Pero Finrod no creía que eso fuera posible. El acortamiento de la vida de los Hombres no podía ser obra directa de Melkor, pues es sabido que no tiene el poder de cambiar el destino de toda una raza; ¿qué hicieron entonces los Hombres para merecer semejante castigo de Eru? Eso Andreth no lo dice, y asegura además que "los Sabios no están seguros y hablan con voces contradictorias"; ¿es posible que olvidaran en el transcurso de sólo de tres generaciones de Hombres un hecho tan terrible?

     Las opiniones del sub-creador (Tolkien), lo dicho en el Quenta Silmarillion, los razonamientos de Finrod, las dudas de Andreth... todo parece indicar sin ningún género de dudas que la supuesta inmortalidad de los Hombres no era más que una gran mentira de Melkor, un siniestro plan destinado a enfrentar a los Hombres contra Valar y Elfos, y aun contra el mismo Eru. Algo similar hizo muchos años después su "discípulo" Sauron, que envenenó las mentes y los corazones de los Númenóreanos con promesas de inmortalidad si no respetaban la Prohibición y navegaban hacia el Occidente.

     Y si la Muerte es en verdad un Don tan precioso que hasta los Elfos lo envidian, una liberación de los límites de Arda Maculada, ¿a dónde van los Hombres cuando mueren? Para esa pregunta no tienen respuesta ni los más sabios entre los Sabios, pues es algo que Eru nunca reveló.

     Pero ésta idea de la Muerte como Don y del misterioso destino de los Hombres no estaba en los primeros escritos de Tolkien. En el primer volumen de El Libro de los Cuentos Perdidos podemos ver como en la concepción original de Tolkien los Hombres, tras su muerte, eran juzgados por Fui Nienna, y tras ese juicio:

"A algunos los mantiene en Mandos bajo las montañas y a algunos los envía más allá de las colinas y Melko los atrapa y los lleva a Angamandi o los Infiernos de Hierro, donde pasan días muy malos...
     "...[a la mayoría] los manda a bordo de la nave negra Mornië... y son arrastrados hacia las amplias llanuras de Arvalin. Allí van de un lado a otro en la sombra, acampando donde pueden; no obstante conocen el canto, y alcanzan a ver las estrellas, y esperan pacientes la llegada del Gran Final.
     "Pocos son y felices en verdad aquellos a los que se manifiesta Nornorë, el heraldo de los Dioses. Van entonces con él en carrozas o montados en magníficos caballos al valle de Valinor y se reúnen en los recintos de Valmar, morando en casa de los Dioses hasta la llegada del Gran Final."

("La llegada de los Valar")
     Esa idea primitiva estaba más cercana a la tradición judeocristiana, con unos claros equivalentes al Infierno, Purgatorio y Cielo; pero fue abandonada en etapas relativamente tempranas. Como hemos podido comprobar, esa idea evolucionó hacia otra quizá más elaborada, seguro que más "poética", pero también mucho más misteriosa.


© Las FAQ de ElFenómeno, 2002