15 de marzo de 3019 de la Tercera Edad: La gloria y el sacrificio en los Campos del Pelennor

Pelennor - En la hora más oscura, cuando la Ciudad Blanca estaba al borde de la caída, el destino de la Tierra Media cambió. La gran batalla ha sido librada y, con sangre y valor, se ha sellado una victoria que será recordada por generaciones.
15 de marzo de 3019 de la Tercera Edad

El día comenzó con desesperación. Antes del amanecer, el Rey Brujo de Angmar, el señor de los Nazgûl, rompió las puertas de Minas Tirith con el ariete Grond. En la entrada de la Ciudad Blanca, Gandalf lo enfrentó en un duelo de poder y voluntad, resistiendo la sombra que intentaba apoderarse de la ciudad. Sin embargo, justo cuando la batalla parecía inclinarse hacia la oscuridad, los cuernos de Rohan resonaron en las laderas de Mindolluin, y el Rey Brujo, llamado de vuelta al combate en el Pelennor, se alejó de la ciudad.

Así fue como al alba Théoden Rey guió a los rohirrim en una carga que quebró la vanguardia de Mordor. Los jinetes irrumpieron en el campo de batalla con furia incontenible, desgarrando las filas de orcos y hombres del sur. Sin embargo, la victoria tuvo su precio. En medio del combate, Théoden cayó bajo el peso de su corcel, herido mortalmente por el Capitán Negro.

Y cuando la sombra del Rey Brujo se alzó sobre el cuerpo de Théoden, un milagro ocurrió. Éowyn, escudera de Rohan, quien se suponía a cientos de kilómetros de distancia en su tierra natal, se reveló y se interpuso entre el Espectro del Anillo y el cadáver de su tío. Con la valentía de los reyes de antaño, enfrentó sola a la criatura inmortal, cortando el cuello de la bestia alada que montaba de un solo tajo. Eowyn estaba aún así en desventaja contra el Rey Brujo y su maza, que rompió el escudo de la doncella y su brazo. Fue entonces cuando Meriadoc Brandigamo, pequeño pero valiente, hundió su espada en la pierna del Espectro, debilitándolo lo suficiente para que Éowyn le asestara el golpe final. La profecía se cumplió: “No morirá por mano de hombre”. Y así, el Rey Brujo de Angmar encontró su fin en el campo del Pelennor.

Mientras tanto, dentro de la fortaleza, Denethor, Senescal de Gondor, vencido por la locura y la desesperanza, encendió su propia pira. Solo la intervención de Gandalf y Beregond salvó a Faramir de perecer junto a su padre. Gravemente herido y febril, el capitán fue llevado a las Casas de Curación, mientras el fuego devoraba la torre de su linaje.

Cuando el combate aún rugía y las fuerzas del Enemigo redoblaban su furia, un nuevo estandarte se alzó sobre el campo de batalla. Aragorn había llegado. Con la bandera de Elendil tejida por Arwen ondeando en el viento, el legítimo heredero de Gondor trajo consigo el poder de los refuerzos. Sus naves habían sido tomadas en Pelargir, pero en lugar de corsarios, sus filas estaban llenas de guerreros leales. Con su llegada, el destino de la batalla cambió. La victoria fue arrancada de las fauces de la oscuridad, y la sombra de Mordor fue rechazada.

Mientras la guerra ardía en Gondor, en los bosques del norte los elfos también luchaban por su tierra. En el Bosque Negro, Thranduil resistió el ataque de Dol Guldur y expulsó a los enemigos de su reino. En Lothlórien, los orcos de Sauron lanzaron un segundo asalto, pero las defensas de la Dama Galadriel no cedieron. La lucha fue feroz, y la resistencia de los elfos demostró que la esperanza aún brillaba en la Tierra Media.

Lejos del fragor del combate, en las sombras de Mordor, Frodo y Samsagaz escaparon de la Torre de Cirith Ungol y emprendieron su penosa travesía por los áridos caminos del Morgai. La misión del Anillo sigue viva, pero cada paso los acerca más al corazón del peligro.

Hoy se ha librado una batalla que será recordada en canciones y relatos. Minas Tirith resiste. El enemigo ha sido rechazado, pero la guerra aún no ha terminado. La lucha continúa, y aunque la victoria de hoy brilla con luz propia, la sombra de Sauron sigue amenazando la Tierra Media.