Caballos

Lugar de origen o emplazamiento habitual: Tierra Media, Tierras Imperecederas

El caballo de un Nazgûl
En la Historia de Arda no tenemos mención concreta respecto al origen de los Caballos, sin embargo, sabemos que Nahar, el caballo de Oromë era el primero de estos seres que vino al mundo. Y aunque todos los caballos tomaron su parecido de Nahar, él fue el más poderoso y el más bello de esta raza: con cascos dorados y el manto blanco de día y plateado de noche.

Los Hombres y los Elfos criaban caballos de acuerdo con sus necesidades, pero se dice que las razas más nobles de caballos descendían de Nahar y éstos eran los caballos élficos de Eldamar y aquellos que se llamaban Mearas y que vivían en Rhovanion.

Los más famosos de los caballos de los Altos Elfos en las historias que llegaron hasta los Hombres son aquellos que los Noldor trajeron a la Tierra Media. Entre ellos, es destacable Rochallor, el córcel que Fingolfin montó en su enfrentamiento singular con Morgoth.

Durante la Tercera Edad, los caballos de mayor nobleza de la Tierra Media eran los Mearas. En el siglo XXVI de esta Edad, Eorl, el primer Rey de la Marca logró domesticar a Felaróf, de quien descienden los demás Mearas de Rohan.

Hubo más razas de caballos en muchos lugares de la Tierra Media, que servían a Hombres, Elfos y otras razas. Muchos Hombres de Rhûn o del Harad iban a la guerra montando caballos o en carros de combate tirados por caballos (como es, por ejemplo, el caso de los Aurigas).

Por otro lado, sabemos que los Orcos robaban caballos a los Rohirrim para llevárselos a Sauron. Y también se nos dice que en Mordor se criaban caballos al servicio del Señor Oscuro. Estos eran, por ejemplo, los caballos que montaban los Nazgûl, corceles negros, grandes y veloces y que no tenían miedo a los espectros. También era un caballo de Mordor el que montaba Boca de Sauron, el lugarteniente de Barad-dûr. Se trataba de un animal enorme y de manto negro; pero la máscara de terror de la cara más parecía una calavera que una cabeza con vida; y echaba fuego por las cuencas de los ojos y por los ollares.