La Soledad en la Tormenta
¿Cómo vivir entre opresión y odio? ¿Cómo sobrevivir a un juramento y una maldición?

Capitulo 1: La niña

Un grito agudo sonó dentro de la habitación, el rostro pecoso y sonrosado de la Elfa se contrajo de dolor. Se oyó el llanto ensordecedor de una criatura, la partera sonrió y cortó el cordón umbilical envolviéndola con una manta gruesa se acercó a la exhausta madre.


—Es una niña, Señora Istarnië—dijo la mujer, mientras observaba a la pelirroja incorporase en la cama, meció a la pequeña que no dejaba de llorar. La dama colocó a la criatura en los brazos de su hija.
Los ojos plata de la joven soltaron dos largas lagrimas al ver las orbes de la bebe, iguales a los suyos pero con un brillo que Nerdanel ya conocía, aquella llama que ardía en el espíritu de la infante.


¿Hace cuánto que había llegado a esa casa? La Señora había sido muy amable en recibirla, aún con la criatura en su vientre y con Finwë acompañando a su esposo. La tristeza de Indis no era poca, aun así le decía que siempre sería recibida ahí.

La Dama Vanya, entró indicándole a la sirviente que se marchara. El cabello dorado resplandeciente y los ojos azules le miraban con una mezcla entre tristeza y felicidad, se acercó a su “amiga” lentamente.  Como había languidecido en ese tiempo, estaba más delgada y no sonreía como antes, esperaba que su ultima hija le alegrara un poco el corazón.

—¿Ya tienes un nombre, querida?—le preguntó con voz suave, tocándole el hombro.
Pasó las manos por la cabeza de la recién nacida, había heredado las hebras negras de su padre.
— Rómeniel—susurró apretando los dientes para evitar llorar.

Siete hijos había tenido, todos varones, todos amados por su padre y por ella misma pero en ese momento, aunque estuviera en compañía de otros se sentía más sola que nunca. Solo había pasado un año desde que él fue desterrado.
Todos esos días había tratado de superarlo, de dejarlo atrás, pues el orgullo y la obstinación lo habían alejado de su esposa y de su gente.

“Claro, los Valar tendrían una buena espía”—había dicho él con arrogancia, aquella discusión había sido la más fuerte que tuvieron en su matrimonio, ¿cómo podía ser tan incrédulo y orgulloso?
Y Nerdanel también se había marchado con rabia y tristeza, y muy a objeción de su marido junto con Indis, sin decirle nada de su embarazo.

—¿Te parece apropiado un nombre así?—frunció el entrecejo, Nerdanel asintió dándole el pecho a la criatura—Podrías ir a Formenos, cuando crezca, Fëanáro querrá verla.

La expresión de la escultora se volvió sombría y taciturna continuó acariciando por inercia la cabeza oscura de la Elfa.
—Solo cuando vuelva del norte la verá, herinya—respondió fríamente entrecerrando los ojos—todos los demás se fueron con él... no le faltara compañía a Fëanáro estos años, ademas...—le miró con expresión de angustia—tengo miedo por Rómeniel ... algo pasará, lo presiento. Por eso lo mejor es que permanezca aquí.


Los años pasaron en la Tierra Bendecida, los Árboles brillaban con todo su esplendor en aquellos días. La hija de Mahtan le observaba crecer, Rómeniel se volvía fuerte y hermosa a medida que el tiempo pasaba, en la casa de Indis junto a su progenitora tuvo una infancia prospera y saludable.

Era bastante curiosa pero su ansia iba entre las platas y en la historia, aquel brillo en los ojos era parecido al de Nerdanel en su juventud y algunas veces al mismo Fëanáro, pues de él había heredado casi todos los rasgos.

Al ver aquel entusiasmo, el corazón de Nerdanel dio un salto. La madre había quedado débil después del parto y de vez en cuando iba a los jardines de Lórien, con su amiga Varnewen, quien le decía que lo mejor sería quedarse en el lugar para reposar, pero Nerdanel era fuerte y no tenía ni la más mínima intención de dejar a su pequeña sola a tan corta edad, no haría lo mismo que Míriel, soportaría todo lo posible.

En los jardines se inclinó ante Estë. La Valië vio directamente la pena que corroía a la Elda por la partida de su esposo, también se sorprendía de que hubiera sobrevivido a otro parto. Luego giró su vista a Rómeniel, con el rostro inocente, vestida de azul y plata; definitivamente se parecía a su padre pero había también unos rasgos que conocía muy bien, unos que Nerdanel no había notado, pues ella observaba que su corazón era como el de la llorada Míriel Þerindë.

—¡Ya no temas, Mahtaniel!—le dijo con voz suave—esta niña sin ninguna duda es hija tuya y del Espíritu de Fuego pero en ella también crecerá la sabiduría y firmeza que le has dado en herencia, aunque el nombre que le has dado es inusual, pero solo Ilúvatar sabe que ocurrirá—suspiró.

Se quedaron algunos meses en Lórien. Rómeniel se enamoró de la belleza de los jardines y aun cuando su madre se recuperó, ella volvía al lugar junto con Varnewen a quien le pidió que le enseñe la sanación, aunque muy poco fuera lo que pasara en Aman, siempre había alguno que otro accidente en una construcción o un nacimiento.


La esposa de Fëanáro solo le contó a sus dos hijos mayores sobre su hermana, rogándoles no decir nada a su progenitor hasta que terminara el exilio. Los dos Elfos guardaron el secreto a pesar de que era doloroso ver a su Amil languideciendo, la visitaban de vez en cuando sin que su padre los viera salir de Formenos.

Una vez, mientras su madre esculpía una estatua, se le ocurrió preguntar sobre su padre, ante la interrogante la pelirroja se puso blanca como un papel ¿le iba a explicar a una niña que su padre estaba desterrado?
—Mi niña—suspiró dejando a un lado las herramientas que usaba—tu... atar está en el norte... con tus hermanos—trató de empezar buscando palabras adecuadas.
Makalaurë y Maitimo ¿también?—dudó haciendo una mueca.—¿Por qué ellos y atto están lejos?
—Porque hubo personas que dijeron cosas malas y atto creyó en ellas. Se enojó mucho e hizo algo que los Valar no permitían, así que...—se detuvo un momento—le dijeron que se marchara por un tiempo, tus hermanos y tú abuelo fueron con él.
—¿Pero volverán?—volvió a preguntar mirando tristemente a la pelirroja.

La princesa tomó en brazos a la niña y la sentó en sus rodillas besando dulcemente sus cabellos oscuros.
—Claro que si, hija—respondió con voz vacía.



Ahora bien, viviendo con su progenitora en la casa de Indis, Rómeniel hacía gracia a su nombre, pues a veces salía de las viviendas hacia el este, por supuesto no tanto como sus padres, casi siempre cerca de donde los Árboles brillaban y también disfrutaba estar junto a sus hermanos. Mientras que Makalaurë le enseñó a tocar el arpa a escondidas de Nerdanel, Maitimo quiso enseñarle a usar la espada pero ella no estuvo muy interesada, aunque le preguntó por qué necesitaban algo así en una tierra de paz, pero él no respondió.

Sucedió una vez que Artanis, hija de Arafinwë fue a visitar a su abuela en su morada; sabía bien que su tía Nerdanel vivía con Indis desde que Fëanáro había sido desterrado pero ignoraba la existencia de su prima y al ver esa joven de cabellos de cuervo, pálida y vestida de gris se sorprendió.

—Man nályë?—dijo tranquilamente, Rómeniel sonrió inclinando la cabeza.
—Rómeniel Nerdaneliel, herinya—contestó ella, a la rubia le dio un escalofrío, miró interrogante. Esa chica ¿era hija de Fëanáro? No percibía... nada en ella, no como lo había hecho con el medio-hermano de su padre.
—¿Tocas?—señaló el arpa dorada que la Elda tenía entre sus manos, su acompañante asintió, comenzando a tocar una bella y triste melodía que Artanis conocía perfectamente; la había escuchado muchas veces de niña en la casa de su abuelo paterno, cuando su primo la tocaba para ella.

Nerwen siempre había sido recelosa con respecto a su tío, pues sentía algo extraño en él, como si la mala fortuna le persiguiera. Pero la amistad creció entre ambas y Artanis le enseñó muchas cosas que había aprendido de Yavanna, al igual que Rómeniel se había educado con Estë.
Unas cuantas veces entró en la mente de su prima; en lo más profundo vio algo que la extrañó de inmediato, la ciudad de su familia materna, pero las calles estaban vacías y parecía haber rastro de sangre en ellas. Cuando le preguntó si sabía que era eso la hija de Fëanáro le respondió tranquilamente que había sido un sueño que tuvo de pequeña. Esto ensombreció el corazón de Nerwen, pues sabía muy bien que eso no era un sueño normal y hasta el exilio de los Noldor había tratado de descifrar su significado.


Así trascurrieron los doce años de destierro que Fëanáro tuvo que cumplir y una vez el heraldo de Manwë se presentó ante las fuertes puertas de Formenos, él abrió mirándole arrogante y orgulloso.

—Curufinwë Fëanáro, se le cita a usted a Taniquetil, para la fiesta del florecimiento en honor Ilúvatar—anunció leyendo el blanco pergamino frente al Elfo.
—¡Así que después de tanto tiempo...!—se rió pero luego su rostro se volvió serio y frío, asintió sin terminar la frase para luego cerrar la puerta de la fortaleza.

Al entrar de nuevo vio a Finwë jugando al ajedrez con Ambaráto. El antiguo Rey le miró interrogante pero el Espíritu de Fuego no dijo ni una palabra, bajó hacía la cámara donde guardaba los Silmarils y observó fijamente las joyas que tenían la luz de los Árboles. Entre las gemas y joyas tomó una en particular, una cadena de plata de la colgaba una pequeña medalla ovalada: era una creación extraña, le había puesto diminutas bisagras para que se abriera y dentro se podía depositar un mechón de cabello chiquito o una flor que entrara. Lo había hecho para su esposa unos meses antes de irse, en la primera cara de la medalla puso un diminuto diamante y en la otra el símbolo de su Casa.

Se vistió de fiesta con ropas rojo oscuro y negras y como por inercia metió el collar en uno de los bolsillos de la túnica. Ni siquiera sabía el porque lo hizo, tal vez volvería a ver a su amada Nerdanel ese día, pues aunque el orgullo le alejara de ella jamás dejaría de amarla.

Se despidió de su padre y de sus hijos marchando hacía Taniquetil en una día que no se olvidaría en la historia de Arda.


Dos jóvenes Eldar caminaban cerca del campo donde brillaban resplandecientes los Árboles, Artanis observaba a su prima deleitarse con los patrones de luz plateada y dorada.
—¿Hoy iras a la fiesta, Nerwen?—le interrogó la pelinegra, su rostro mostraba un deje de ansiedad.
—¿Has visto algo?—se sobresaltó la Dama Blanca que aun no conseguía descifrar la visión de Alqualondë y por eso trataba de ver ella misma en futuro.
—Tú tienes más alcance que yo—encogió los hombros—, solo fue un sueño Nerwen, no entiendo por que te preocupas tanto por eso, pero si quieres un presentimiento, creo que Findaráto se le declarara a esa muchacha Amarië.

La princesa arqueó una ceja pero luego terminó por reír, ambas regresaron a Tirion, donde Artanis se quedó para preparase para esa noche, mientras Rómeniel llegó a la residencia de Indis, donde la Vanya le sonrió dulcemente para decirle que Istarnië (como llamaban a Nerdanel ahí) estaba leyendo en su habitación.

—Aiya, amil—saludó la chica, la Elfa pelirroja se encontraba en un bello sillón con un libro entre las manos.
—¿Cómo te fue con tu prima, mi niña?—preguntó suavemente, estaba tan cansada... La casa casi estaba vacía pues mucha de la gente se había marchado a preparar la fiesta.

Le contó que habían ido a contemplar los Árboles y lo de la fiesta de la cosecha ese día. Nerdanel se dio cuenta de que ya habían pasado doce años valianos desde que su marido había sido desterrado, seguramente volvería y lo liberarían: una diminuta luz de esperanza se encendió en su corazón.

—Amil, ¿vendrás nosotros a la fiesta?—los ojos plata de la jovenzuela brillaban. Su madre no hacía mucha vida social desde lo de Fëanáro, pero para su decepción la escultora movió la cabeza en signo de negación.
—Iré a visitar a tu abuelo, hace mucho que no veo a mí padre y las calles de Tirion estarán libres de muchedumbre hoy—explicó acariciando el cabello negro y ondulado de Rómeniel.—Puedes ir con Artanis, cielo.

La joven sanadora suspiró pero luego le dio un beso en la frente a su madre y se dirigió a su habitación a vestirse. Cambió sus simples ropas grises, por una túnica color violeta, peinado las largas hebras negras en varías y delicadas trenzas como la Señora Indis le había enseñado, y luego de despedirse se marchó de la mansión rumbo al palacio de los Valar.



Para facilitar la lectura y comprensión:

Istarnië: fue unos de los primeros nombres pensados para Nerdanel, en mis historias es su nombre paterno.
Nerwen/Artanis: Galadriel
Makalaurë/Canafinwë: Maglor
Maitimo/Nelyafinwë: Maedrhos
Arafinwë: Finarfin
Varnewen: este es un personaje original, Elfa Noldo con madre Teleri, va aparecer en otra de mis historias.
Rómeniel: A ver si pude armar bien este nombre por lo que pude construir significa "Mujer del Este": Rómen(este)+iel(una de las muchas terminaciones que encontré para mujer).
Ambaráto:Amrod
Nolofinwë: Fingolfin

Frases:

Amil: Madre
Amme: Mamá
Man nályë?: ¿Quien eres?
Nerdaneliel: Hija de Nerdanel
herinya: Mi Señora
Atto: Papá
Atar: Padre
 Mahtaniel: Hija de Mahtan

 

 


Capitulo 2: Oscuridad

La fiesta no podía ser más hermosa, casi todos los Elfos de Aman se encontraban en el palacio de Taniquetil, celebrando la belleza y el florecimiento de su tierra.

Artanis, estaba tomada del brazo de su hermano, sus grandes ojos azules escudriñaban por todas partes, estaba muy nerviosa ¿qué pasaría esa noche?

—Tranquilizate Nerwen, no se va a acabar el mundo en una noche—bromeó Findaráto sonriendo.
—Fëanáro regresará de Formenos, cualquier cosa puede pasar—le dijo la joven, taciturna, mirando a los invitados.

Observó a Findekáno, vestido de azul oscuro junto con su hermana la bella Irissë siempre de plata y blanco, contrarrestando su cabello oscuro, tenía una expresión de aburrimiento, era bastante conocido que a la hija de Nolofinwë le gustaban más las partidas de caza y los viajes que estar en una fiesta.

Turukáno también estaba ahí, siempre serio con la bellísima Elenwë a su lado con un vestido celeste y los cabellos rulados color oro al igual que la pequeña Itarillë, la más joven de la familia después de Rómeniel, que de la mano de su madre, miraba todo con ojos soñadores.

Su padre estaba junto a Nolofinwë, ambos igual de tensos que ella, por un instante recordó a Fëanáro amenazando a su tío y el corazón se le encogió al imaginar que tal vez Arafinwë pudo a ver estado en ese lugar. Nunca le había contado a Rómeniel sobre aquella antipatía que tenía hacía el Espíritu de Fuego, ya que pensaba que su prima era demasiado dulce e inocente y no quería arruinar su amistad solo porque no le gustaba su progenitor.

No había ningún Teler en la celebración, solo su madre hermosa y delicada como una perla, vestida de un celeste casi blanco y con una extraña nostalgia en su mirada entre verde y azul, como todos los Teleri que estaban alejados del mar pero aun así una bella sonrisa adornaba su rostro pálido mientras hablaba con la fría y delicada Anairë, con su cabello oscuro y los ojos grises, vestida con una túnica verde agua.

—Nerwen ¿no iba a venir la pequeña Rómeniel contigo?—preguntó el joven príncipe, Artanis salió de su observación y buscó con la vista a la hija menor de Nerdanel, cuando la vio se formó una sonrisa en sus labios, ella entraba tranquilamente a la fiesta después de saludar tranquilamente al rey se acercó a sus primos.

Su cabello negro como la noche, largo hasta por debajo de la cintura, peinado con trenzas finas y delicadas, vestía una túnica violeta de larga mangas pero la acostumbrada sonrisa que adornaba su pálida cara no estaba, en su lugar había una expresión sería y preocupada.

—¡Aiya, Nerwen, Findaráto!—musitó inclinando la cabeza.
—¿Qué pasa, querida?—preguntó la rubia tocando su hombro, la chica agitó su cabeza en forma negativa.
—Son tonterías mías—respondió, con una sonrisa forzada, para luego girar su vista hacia adelante, unos cuantos murmullos se escucharon desde la entrada del palacio.

Una figura alta e imponente se presento en trono de Manwë, tenía el cabello negro, rostro pálido y hermoso, sus ojos eran como el acero fundido, llenos de astucia e inteligencia, Rómeniel le veía fijamente, estaba segura de no haberle visto antes pero su semblante le era conocido, como un lejano sueño.

Ella caminó entre la gente para acercarse más quedando entre Findekáno e Irissë, aquel extraño príncipe que había entrado minutos atrás le tendió la mano al rey Nolofinwë, intentando deshacer los antiguos engaños.

—Tal como lo prometí, lo hago ahora. Salgo en tu descargo y no recuerdo ya ofensa alguna.
Fëanáro le tomó la mano en silencio y su medio hermano se la apretó.
—Medio hermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón—sonrió solemne—. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida.
—Te oigo—dijo Fëanáro asintiendo—. Así sea .—pero ni ella ni nadie jamás logró descifrar las palabras de Elfo.

Las luces de los Árboles parecieron mezclarse entre ellos creando un momento hermoso y conmovedor, los bellos fulgores de oro y plata.
De pronto se escuchó un ruido y todo se oscureció, la gente se asustó mirando hacia todos lados. En aquella oscuridad unas horribles imágenes vinieron a sus ojos y su mente, el pecho le dolió y sabía que si Findekáno no le hubiera sujetado habría caído al suelo, fue como si se ahogara y por primera vez en su vida sintió una autentica angustia.

La imagen de aquel hombre pelinegro cayendo al suelo entre un charco de sangre, no se había ido de su mente.

Durante unas cuantas horas los Valar se llevaron al Espíritu de Fuego al Anillo del Juicio donde se negó rotundamente a entregar los Silmarils, porque si los Valar le obligaban demostrarían que también lo querían al igual que Melkor.

Un joven Eldar, llegó desde lejos, jadeando y con el rostro desencajado de angustia, se inclinó ante el príncipe quien le miró dubitativo.

—Mi señor...—resopló mirando al suelo—han atacado la fortaleza... Formenos fue saqueada, se llevaron los Silmarils y... y han matado al Rey Finwë.

En ese momento todo pareció detenerse, Fëanáro abrió enormemente los ojos y apretó los puños, miró a Manwë, luego se giró hacía el mensajero quien parecía tenerle más miedo que a los mismos Valar.

—¿Quien lo hizo?—preguntó con un hilo de voz, pero el muchacho no dio respuesta—¡¿Quien lo hizo?!—bramó nuevamente con los ojos rezumando de un profundo dolor y rabia.
—Melkor—susurró su sirviente, atemorizado.

Tanta era la cólera, la pena y la impotencia que los hombros le temblaban, entonces alzó la mano ante el Rey de Arda y gritó.

—¡Maldito sea Morgoth! ¡Asesino y ladrón!—clavó sus ojos en el Rey Mayor—¡Y maldito sea tu llamado Manwë Súlimo, porque si no lo hubiera escuchado ahora mí padre estaría vivo!

Y salió corriendo del Anillo del Juicio, tomó su caballo y desapareció entre las sombras de la noche hacía Formenos. Cuando llegó vio lo que más temía, sus siete hijos estaban llorando al rededor del cuerpo de Finwë, echado en un charco de sangre, se volvió rápidamente sin que ellos se dieran cuenta, subió de nuevo al caballo rumbo hacia Tirion.

Rómeniel salió del trance en el que había entrado cuando la luz se había ido, aun mareada se dio cuanta de que estaba sentada en una silla, con Nerwen muy cerca de ella mirándole con preocupación, espió con la vista todo el lugar, habían iluminado todo con antorchas, sus primos y tíos estaban aun ahí, preocupados por la desaparición de la luz y lo que pasaría si Melkor había vuelto.

—¿Qué te sucede?—preguntó su prima, luego le dijo al oído—. Has visto algo ¿verdad?
—Tú también—afirmó tratando de no levantar la voz.
—Solo a la ciudad con un gran bullicio y tu padre gritando cosas que no pude entender—relató la princesa alarmada pero luego apretó la boca dándose cuenta de lo que había dicho.
—¿Mí padre?—interrogó confundida y recordó por un momento al joven que había hablado con Nolofinwë—. El hombre que saludo al tío ¿él era mí padre?

Artanis asintió y le pareció que el rostro de su amiga se volvió más severo y frío, igual al de Fëanáro cuando entró a la fiesta. La rubia Noldo solo pudo escuchar a su padre hablar entre sollozos que el abuelo había sido asesinado. La joven se levantó salió a paso veloz del lugar, a pesar de las protestas de Nerwen, como perseguida... por una fuerza maligna. Temía por su madre, que Melkor también tratara de atacarla.

La oscuridad alimentaba la ciudad de Tirion, una mujer miraba con incertidumbre la oscuridad desde su ventana, su rostro sonrosado y con pecas no era catalogado como el más hermoso entre los Eldar pero sus ojos, se asemejaban a la plata fundida, eran muy bellos, recordó por un instante que él se lo había dicho una vez, cuando eran jóvenes y llevaban muy poco tiempo de casados.

Mahtan entró de repente a la casa mirando preocupado a su hija, Nerdanel se levanto después analizarse las ropas color oliva y se acercó a su progenitor.

—¿Qué has podido descifrar?—dijo, el herrero se sentó pasándose una mano por la cara.
—Uno de mis aprendices vino corriendo de Taniquetil—comenzó mordiéndose el labio—me ha dicho que Melkor a destruido los Árboles, atacaron Formenos, la saquearon y mataron al Rey Finwë. Fëanáro esta en la Mindon en este momento.

La pelirroja se hundió en silla ¡Oh el querido Finwë! Aquel hombre tan bueno y amado, no podía imaginarse el dolor de su marido y de sus cuñados. Se levantó rápidamente dirigiéndose a la puerta dispuesta a salir.

—Nerdanel no tienes porque ir—trató de frenarla, la Elfa se giró con los ojos vidriosos.
—Sigue siendo mí esposo, atar—musitó con voz quebrada dándole la espalda—. No importa lo que aya ocurrido en el pasado, ahora el único culpable es Melkor.

Diciendo esto se marchó corriendo, se preguntó a si misma si Fëanáro había visto a su hija ¿y si la había reconocido? Pero luego pensó con alivio que ella estaba a salvo con sus tíos y primos, Artanis no dejaría que le sucediera algo malo.

Estaba agotada cuando se dio cuenta de que había llegado al patio de la Mindon Eldaliéva, los dos guardias que custodiaban las puertas le reconocieron y le dejaron pasar, diciéndole que el Rey estaba en el despacho de Finwë.

El bello palacio donde había pasado sus primeros días de casada se veía más oscuro y gris que nunca, igual que cuando Míriel había muerto había habido esa atmósfera pesada y aterradora en el lugar. Al entrar a la vieja oficina del Rey le vio, con las ropas rojas y negras arrugadas de tanto subir y bajar del caballo, la cabeza apoyada en los fríos cristales de la ventana, no pareció notarla, se acercó pasando al rededor del escritorio, acercándose con timidez después de doce años de estar separados.

—Fëanáro—susurró, sin conseguir respuesta alguna, dio unos pasos con lentitud y le abrazó apoyando su cabeza en la espalda de él, sintió que se volteaba y se apartó.

El rostro del joven era completamente inexpresivo, como si su fëa se hubiese fugado de su cuerpo, como si fuera una imagen masculina de su madre.

—¿A qué has venido?—preguntó sin levantar la voz, Nerdanel deslizó su mano por el rostro de su marido.
—Pensé... que necesitarías a alguien a tu lado... no sabes cuanto lo siento—hablaba con voz triste, pero él no le miraba, solo mantenía fija la vista en la ventana, hacia el este.
—No, nos quedaremos demasiado, Nerdanel, lo más pronto posible partiremos a Endor, no descansaré hasta darle caza a ese maldito—dijo con voz sombría, apretando fuertemente los puños.

El corazón de la escultora dio un salto ¿salir de Aman? ¿Acaso había perdido la cabeza? Si se alejaban de la protección de las Tierras Imperecederas, quedarían a total merced del enemigo, sería como ir corriendo a la boca de un lobo.

—¿Qué?—masculló con un hilo de voz—. No... no puedes hacer eso... es una...—No terminó la frase, ya que la mirada furiosa del Espíritu de Fuego la había callado.
—¡¿Una qué, Nerdanel?!—bramó enfurecido—¿Una locura? Pues si locura es querer vengar a mí padre y recuperar lo que Morgoth me robó, entonces la cometeré con mucho gusto y mis hijos vendrán conmigo.

La compasión y tristeza desaparecieron fugazmente de la mirada de la Elda, para dejaren su lugar al antiguo espíritu firme y fuerte que había sido, no dejaría que se llevara a sus hijos ante esa empresa maligna, ya habían habido suficientes desgracias.

—¡¿Por qué has de llevarles a ellos?!—chilló encolerizada la profecía que había tenido sobre su querido Ambarto apareció en su mente—¿qué van a hacer en la Tierra Media? ¡Ahí hay solo oscuridad!
—Sería exactamente igual que aquí—comentó sarcástico pero por un instante su mirada gris se volvió dulce, delicadamente tomó la cara de su esposa entre sus manos, observándole intensamente—. Ven conmigo Nerdanel, se mí reina en el este ¿no era eso lo me dijiste cuando nos conocimos? ¿qué querías explorar nuevos lugares? ¿Acaso no me amas como en aquellas épocas? La Tierra Media es un gran lugar para comenzar de nuevo, para alejarnos de las injusticias.

Dos largas lagrimas se deslizaron por sus mejillas sonrosadas, era verdad que lo amaba y el amarlo la estaba matando, él la besó suavemente, las lagrimas seguían saliendo de sus ojos, por un diminuto instante deseó ir, para estar con el ser que más quería, para que volviera aquella felicidad de antaño pero esos tiempos jamás volverían.

—No puedo—sollozó con voz estrangulada—no puedo hacerlo.

Y entonces Fëanáro se alejó de ella volteándose, sin esperanzas pero Nerdanel le tomó fuertemente del brazo, los hombros le temblaban, no tenía que decirle eso ahora que el Elfo partiría a Endor pero tampoco se perdonaría si lo mantenía oculto.

—Espera... por favor... no lo hagas por...—trató de decir pero él malinterpreto sus palabras y sonrió secamente.
—¿Por los Valar?—levantó una ceja, la pelirroja le abrazó con fuerza sorprendiéndole.
—Por mí—susurró—. Te suplico, que si te vas dejes a uno de mis hijos conmigo; a uno de los gemelos, por favor.
—Eso es imposible todos me acompañaran—sentenció fríamente rehuyendo la mirada suplicante de su esposa—. Tú ibas a decirme algo cuando me marché de Tirion, aun no se que es ¿Qué era eso, Nerdanel? ¿Por qué sigues ocultándolo?

Ella se mordió el labio, aunque por un instante creyó escuchar un ruido al otro lado de la puerta del estudio. La hermosa puerta de roble se abrió con lentitud y entro una bella muchacha vestida de violeta, el largo cabello negro le caía en la espalda y los grades ojos plata miraban a ambos adultos con confusión.

—¿Amil?—musitó, el príncipe la miraba con los ojos muy abiertos y su madre estaba sorprendida de que estuviera ahí.

Fëanáro soltó a su mujer con lentitud mirándola fulminante.

—Así que esto estabas ocultándome.